Miedo

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Logré advertir en su mirada cierto rencor. Salvador no era alguien con quien lidiar una vez que se sobrepasaba el límite de su paciencia, y yo lo sabía perfectamente.

 Misteriosamente, ocurrió  algo fuera de lugar. Estaba intentando procesar lo que tenía lugar frente a mis ojos. No era posible... Salvador estaba sonriendo.              

No. No podía estar pasando. Era un sueño; un sueño del que despertaría de inmediato. Entrecerré los ojos unas cuantas veces y procedí después a cerrarlos con fuerza. Una sensación inquietante recorría mi estómago, como si se estuviera vaciando. Tenía mucho miedo en ese preciso instante.  Abrí los ojos de nuevo.                          

Quise morir. 

Mire a mi alrededor, y todos estaban callados. Conforme más observa la situación, más se alentaba mi deseo.  

Había una ecuación en la pizarra digital. Salvador la estaba explicando, con gusto; como si de verdad le importara nuestro futuro.

Todos de repente eran obsecuentes. Intente darle una explicación racional a todo lo que estaba pasando. ¿Acaso estaba la edad de oro del Alcántara llegando a su fin?. Eso parecía, aunque la manera tan tajante en la que acaba de ocurrir me dejó helado. Ya no habría, nunca mas en este instituto, diversión alguna.

Recordé mi nombre.

Llegué a la conclusión de que yo era el único que podía salvarnos. 

Con la mayor rapidez que mi cuerpo me permitía, saqué una hoja del archivador y la puse sobre la mesa. La doble por la mitad al típico estilo Salami. -¿Acaso el perro salami ha muerto?- me pregunté. Hasta ahora era la mejor explicación que logré encontrar. Me temblaban los dedos; estaba mareado y sudando. Tosí. 

Acababa de hacer el último doblaje del avión. Era probablemente, el mejor avión de papel que jamás nadie había construido. Era un "lazarillo Sáez". Saqué el boli de mi estuche y escribí en la parte superior del ala derecha el número De Dios: 3032 HSG

Cuando me disponía a lanzar, una parte de mi se aferró a los sentimientos que tenía por Salvador. Me daba pena y sentí inseguridad. Vacilé. Pero, obviamente, eso no justificaba el no hacerlo.

Lancé la mano al aire con firmeza; apreté el agarré del avión puse precisión y fuerza en la acción. Salió disparado. Me situaba en cuarta fila, así que calculé que el avión alcanzaría a Salvador en menos de dos segundos. Confié en mi propia aerodinámica.

Rozó el pelo de Sebastián, lo que desvió la trayectoria del vuelo un poco. Después pasó  entre Laura Parra y un pupitre vacío, en el cual se situaba un estuche negro con estrellas verdes. 

Observaba, con intriga. Proyecté en mi mente los diferentes finales en los que podía derivar mi acción. El avión pasó entre las torres gemelas y subió exponencialmente.

Lo logré, el avión encajó en su ojo derecho. Su expresión cambió; volvía a ser como antes.

-¡Que haces Sáez, estás loco. Ve inmediatamente a jefatura!- dijo energéticamente.

Salí por la puerta entre lágrimas de alegría, todo volvía a ser igual. Guillermo se rió e hizo una broma de mal gusto. Mis compañeros mi miraban con indiferencia. 

No puedo describir la felicidad que sentí en ese momento.

Ndeah

DouWhere stories live. Discover now