Control... esa era su palabra favorita, poseerlo, ejercerlo. El dominio era su única manera de comunicar su poder, aquel que le había concedido su señor Hades. Aquel que solo ella debía ejercer en su nombre. Guiar a los espectros del inframundo no era tarea fácil, por eso le encantaba asumir el reto tras cada reencarnación...
Partiendo desde cero, siendo solo una niña que lo había perdido "todo" dejando atrás sus recuerdos, su supuesta familia y su humanidad. Debía ejercer su poderío a partir del cuerpo de una chiquilla. A penas y sobrepasaba el metro de estatura cuando blandía su majestuoso tridente, haciendo alarde de todo su poderío, estremeciendo el inframundo de punta a punta.
Todos sabían, todos debían saber quién era ella y de lo que era capaz.
En aquella sucursal del Inframundo en la tierra, el Castillo de Hades, su antiguo hogar y cuna de la reencarnación mortal de su señor, debía recordárselos con mayor insistencia. Ya no eran simples espectros, insignificantes almas vacías sin escapatoria ni esperanza. Eran humanos, humanos que acarreaban un pasado, una vida y recuerdos, humanos que provenían de todas partes del mundo y bien se sabe que los humanos pueden llegar a ser de carácter irreverente.
Despojarlos de toda voluntad era la primera tarea en preparación para la gran Guerra Santa contra la ingrata de Athena que se les vislumbraba por el horizonte.
Que postrasen sus cabezas pos donde quiera que ella pasase, era su responsabilidad y ella gustosa lo cumplía con ahínco, incluso con devoción. Todo mandato en nombre del señor de las tinieblas era su objetivo, y el odio y el miedo eran sus herramientas favoritas. Era ese el brillo que le gustaba ver en la mirada de sus hombres. Que le respetasen mediante el miedo u el odio era igual de gratificante para ella. Era perfecto, así los podría amedrentar más; mayores castigos, mayor presión, mayores torturas. El circulo de condicionamiento perfecto para preparar a sus espectros.
Poco importase que no fueran devotos a ella, con humillarse era suficiente. Era Hades a quien debían servir, por ello no se dejaba amedrentar ante las miradas rabiosas y llenas de reproche de los más descarados, como ese altanero de Valentine de Harpía, la Estrella Celeste del Lamento. Y es que no hacia otra cosa más que lamentarse miserablemente y revolcarse en celos y rabietas, era toda una harpía. La reina del drama. Ella solo se reía de su idiotez.
¿Por qué preocuparse por aquellos diminutos luceros celestes? Si podría apagarlos con el solo chasquido de sus dedos. Había entrenado a los perros más fieros para esa misión.
Sus Jueces del infierno, sus estrellas celestiales, los guerreros de élite, guardia personal y altos generales del ejército. Su orgullo, ellos eran a los que más tiempo les dedicaba, a los que más fuerte castigaba y los que se llevaban la mayor recompensa; a ella. La codiciada oportunidad de retozar en su lecho bajo sus tempestuosas caricias. El premio mayor que solo los verdaderamente leales alcanzaban. La mayor prueba de valía en el ejército bajo su mano y la mano de Hades. La más alta prueba de resistencia física como mental.
De todos entre los tres, a la cabeza estaba el más leal, él... su perro fiero y obediente, su listo y fiel guiverno.
De entre todos aquellos jóvenes elegidos por las estrellas malignas y celestes que llegaron hasta ella para anunciarse como espectros y reclamar sus surplices bajo las órdenes del Dios del Inframundo, fue él, ese joven de mirada endurecida y ceño fruncido el que primeropostro su rodilla en tierra y agacho la cabeza sin ningún titubeo ante ella ¡Ni uno! Su cosmos jamás dudo ni sus ojos revelaron recelo o soberbia. Era como si ya reconociera la escena –y es que realmente así era. Que era todo aquello sino una representación más de la misma obra cada 253 años–. Wyvern la reconocía, comprendía su posición su poder y mandato, reconocía a su lideresa con tanta naturalidad... Era tan propio de él. Ya fuera que la conciencia de su alma milenaria estuviera más despierta que la del resto, o que su lealtad a Hades fuera la más incondicional.
Él había llegado bañado en sangre para demostrar cuan digno portador seria de la surplice que le vestiría en gloriosa y majestuosidad como la Estrella Celestial de la Furia. Y fue ella a quien primero se lo demostró con obediencia. Su Radamanthys resplandecía con una hermosa oscuridad que reajustaba los valores grisáceos con los que esa joven Pandora veía sus vidas sobre la tierra.
Él era la prueba de que estaba haciendo un buen trabajo. Y es por ello que se esmeraría aún más en amaestrarlo, acariciándolo con una mano y castigándolo con la otra. Ella era su tortura y su recompensa, y él... aunque jamás lo admitiría ante nadie –o al menos así pensaba– era su favorito, su más preciado orgullo y su liberación.
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No sé si existirá alguien más por allí a quien le guste esta pareja, a mí en lo personal se me antojo interesante luego de leer el tomo 23 de The Lost Canvas (específicamente capítulos 203 y 204). Antes de eso jamás los hubiera juntado, pero debo admitir que Radamanthys –además de que amo su nombre– esta como le da la gana.
Este y otros fics que subiré en esta plataforma ya están en mi cuenta de FF, pero acá los voy a publicar también, por que puedo y quiero.
~Alhaja~
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Como amansar a la estrella de la furia
FanfictionPandora sabía exactamente como dirigir al ejercito de los 108; destruyéndolos y volviéndolos armar uno por uno. Pero era al mas leal, su Estrella Celestial favorita, a quien disfrutaba recompensar.