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-MAMÁ, ¿Y MI ZAPATO DERECHO?- vociferé a los cuatro vientos mientras me agachaba de una manera súper similar a la de una gimnasta olímpica para poder observar debajo del sillón.
No hubo respuesta alguna, y mamá continuó haciendo lo que fuera que estaba haciendo en su habitación, escaleras arriba.
–Ugh.– susurré, levantándome con las rodillas doliendo y el vestido lleno de polvo y pelusas. A esta casa le faltaba una limpieza profunda.
–MAMÁ, ¿SABES DÓNDE ESTÁ MI ZAPATO?– grité esta vez en el comienzo de las escaleras, con la esperanza de que ella me escuchara sin yo tener que subir otra vez.
–MAM-...– mi grito fue interrumpido por el sonido de sus zapatos de tacón resonando por el piso de arriba, con un ritmo apresurado y bastante fuerza aplicada en la suela. Estaba enojada, sin duda alguna, o no haría sonar tanto sus zapatos.
Me quedé estática con el pie descalzo en el primer escalón, sintiendo la oleada de ira que emanaba de su cuerpo mientras la veía asomarse por el costado de la escalera, mientras avanzaba y se ponía frente a mí.
–Deja de gritar, aquí está tu zapatilla. Ten más cuidado con tus cosas y apresúrate con el desayuno porque tu papá tiene que llegar temprano hoy, al igual que yo.– me entregó la zapatilla en la mano y rodeó mi cuerpo para poder bajar el último escalón, siguiendo su camino a la cocina.
