UN VELORIO DE TERROR.

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Había vuelto a mi pueblo natal después de muchos años.
Naturalmente, había mucha gente nueva, pero muchos de los viejos conocidos seguían allí, aunque unos cuantos se habían marchado para siempre, cosas de la vida.
Hacía poco que había regresado cuando falleció un conocido. Más me asombró que no hubiera muerto hacía años, porque era muy viejo. Ya había faltado a unos cuantos velorios por estar lejos; ahora no podía faltar a este. Ojalá no hubiera ido...!!
Me avisó Patricio, un amigo de la infancia con el cual me había reencontrado al volver al pueblo, y él me dijo en qué funeraria era. En el pueblo había solo dos y esta era la más popular. Durante el día me fue imposible ir, y las primeras horas de la noche pasaron y yo todavía seguía en mi hogar. Salí tarde. Era pleno invierno y hacía un frío impresionante, había viento y lloviznaba de a ratos.
¡Que noche horrible para andar en la calle...!! Iba en moto, desgraciadamente, y aunque tenía puestos unos guantes y mis ojos apenas asomaban entre un gorro de lana y una bufanda, igual sentía frío.
En la calle, ¡ni un alma...!! Las chimeneas de todas las viviendas tiraban humo hacia un cielo helado que por momentos bajaba en forma de una llovizna penetrante, ¡más helada todavía...!!
La cuadra de la funeraria me pareció más desolada incluso, y estaba bastante oscura. Deseé llegar de una vez, más que por dar mis respetos, para tomar algo caliente. La fachada estaba un poco estragada, pero muchas cosas del pueblo estaban así. Antes había asistido a varios velorios allí. Todavía en la vereda tuve la impresión de que no había nadie, pero en ese instante vi que salía luz por abajo de la puerta, y escuché algunos murmullos. Me quité el gorro, lo guardé dentro del abrigo y entré. La sala estaba repleta y todos se volvieron hacia mí. Pensé que todos los más viejos de la ciudad debían estar allí, mas no conocía a ninguno. Todos estaban arrugados como pasas, algunos lucían pálidos, como enfermos, y todos tenían la mirada inexpresiva. Me impresionaron más unas viejas porque hasta calvas estaban. Dejaron de mirarme a la vez y algunos siguieron conversando bajo entre ellos. "No me voy a sentar al lado de nadie", fue lo primero que pensé, y no miré ni de reojo el ataúd, porque si los vivos estaban así, ¡ni de casualidad quería ver al muerto...!!
Atravesé la sala hacia donde había un corredor para ver si encontraba a algún conocido. En esa otra habitación no había nadie. ¡Que deteriorado estaba todo...!!
"La economía del pueblo debe estar peor de lo que pensé", me dije para mí. De pronto sonó mi celular, y tenía la música muy fuerte. Salí más hacia el fondo, donde había un patio sin techo. Cerré la puerta lo más rápido que pude, sin golpearla, para no matar de frío o del susto a algún viejo de adentro. La noche parecía que se había puesto peor. Era Patricio, y enseguida me preguntó:

—¿Vas a venir o no? Hay varios conocidos que quieren verte. Ni se habían enterado que volviste. Y te llamo también porque a uno se le ocurrió que tal vez no sabes dónde está ahora la funeraria.

—¿¡Cómo que dónde está ahora!? ¿No está en el mismo lugar de siempre? —le pregunté asombrado.

—No, en el local viejo hace años que no hay nada. Menos mal que te llamé, porque ahora algunos dicen que está
embrujado. Te paso la nueva dirección...

No lo escuché, corté en ese momento. Miré bajo la puerta y ahora no salía ninguna luz. Dentro estaba todo oscuro y había un silencio espantoso. ¡Que terror sentí al recordar las caras de la sala...!! Uno de los muros del patio daba a la calle. Lo salté como si fuera un atleta. Corrí hacia mi moto y salí de aquella cuadra como un viento, sin mirar atrás

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