El comienzo

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Vive como si fuera el último día de tu vida”, es lo que dicen muchas personas para justificar sus malas acciones, sus impulsos…o incluso, aquellas personas que se encuentran en un callejón sin salida emocional, y tienen que tomar el rumbo de sus vidas, implementan esta filosofía  para poder salir adelante.

Vive como si fuera el último día de tu vida”, una frase trillada y cliché…

“Vive como si fuera el último día de tu vida”, nunca se había escuchado tan real.

Cada día se vivía como el último, porque… en realidad, había una gran posibilidad de que así lo fuera.  Cada día se sentía como una carrera contra la muerte misma. En su sentido más literal. La vida era algo efímero que pasaba frente a sus ojos. La meta, no era “VIVIR”. La meta se había convertido en “NO MORIR”. Algo que, en estos tiempos parecía difícil de cumplir.

Es algo difícil de explicar cómo empezó todo. Nadie lo sabe, y las probabilidades de que alguien lo supiera eran bajas.

Había sido una mañana como cualquier otra… solo que aquella vez, algo hizo que todo se desmoronara. La tranquilidad se vio invadida por el caos. Los gritos, se habían convertido en un mar de lamentos que se podía escuchar desde muy lejos.

Era difícil poder diferenciar tus lamentos de los demás cuando sabias que todos estábamos dentro del mismo infierno, sin importar quien fuiste en la vida. Al final, estábamos todos dentro del laberinto, sin el hilo de oro y siendo cazados por minotauros disfrazados de humanos que querían devorar toda nuestra carne. No, ya no era lo de antes. Ahora era el juego del “gato y el ratón”, y uno debía luchar para decidir, si era “gato” o “ratón”, cazador o presa, vida o muerte.

Esa mañana…esa trágica mañana, se volvió a repetir por semanas, meses, hasta que estos se convirtieron en un año.

Al principio fue complicado. ¿Que se suponía que hicieran?

¿Esperar la ayuda de alguien más?

La comida, las medicinas, la seguridad de los hogares era lo que buscaban en una primera instancia. Ahora, esas cosas eran muy difíciles de conseguir. La electricidad se fue, y con ellas las corrientes de agua potable. Llegado un momento, se hizo necesario el desplazamiento. Si tenías un auto, podías considerarte un afortunado, pero esto no era una solución a largo plazo. Con mucha suerte podías encontrar algo de combustible, y si eras inteligente podías hacer marchar algún vehículo que encontrases abandonado (o no tan abandonado) sin las llaves, o combustible. No todos contábamos con esa sabiduría o ese tan conocido “instinto de supervivencia”, es por eso que algunos lograban marcharse y otros no.

A veces, en contra de la voluntad, había que dormir en la intemperie, sin nada que te acobijara. Incluso, el poder dormir un par de minutos se convirtió en un tesoro preciado.

En las noches, podías llegar a escuchar los gemidos lejanos, y como si de un juego macabro se tratara... Tu soledad golpeaba tan fuerte, que provocaba que tu mente te engañara, por ende ya no eran, sino voces. Voces que te hablaban mientras tu mirada se perdía en la pequeña fogata nocturna; voces que cantaban las canciones que de niña escuchabas; voces que debatían contigo. Si, estábamos enloqueciendo, todos lo estábamos haciendo. Nos creíamos demasiado grandes y de un momento para otro nos encontramos corriendo por entre los bosques, o durmiendo encima de techos porque la casa, en la que habíamos encontrado un pequeño refugio, se había infectado de caminantes.

A veces despertabas con la tenue llovizna mojando tu rostro, entonces debías guardar todas tus cosas y partir nuevamente.  ¿Partir hacia algún lado en específico? Sí, claro. Lejos de los gemidos, lejos de los disparos; cerca del silencio.

Dead FleshDonde viven las historias. Descúbrelo ahora