Desde hace tiempo era una costumbre para ambos visitar la casa del otro cuando habían tenido un día largo, pesado o que por 'X' o 'Y' razón haya sido insoportable. Atsushi siendo quien más visitaba al pelinegro, tener a Dazai Osamu como compañero y superior era un incordio total. Hoy no era la excepción.Eran ya las diez y cuarto de la noche, se disponía a cambiarse para tomar un descanso viendo que el hombre tigre no aparecía por ningún lado. Pero en cuanto se acercó al interruptor que apagaba las luces de la sala, sonaron tres toques lentos y separados en intervalos casi iguales. Corrió hasta la puerta para dar paso a un ojiambar, que sin pedir perdón ni permiso se lanzó a sus brazos casi durmiéndose de pie.
—¿Como estuvo tu día?—Pregunta más por cortesía que por estar verdaderamente curioso, cada vez que el albino llegaba en ese estado era porque seguro su superior la tomó ese día contra él. Y desde hace meses había un chico muy persistente que ha tratado de concretar una cita con el tigre, siendo este otra fuente de estrés acumulado.
—Horrible. Ese chico no me deja en paz nunca. Quiero mi beso—Abultó sus mejillas esperando el tan ansiado contacto que le hacía relajarse. Este último lapso se la ha pasado con Akutagawa y debe decir que no se arrepiente de nada. Se conocieron por algunos amigos en común como es el caso de Nakahara Chuuya y Tanizaki Junichiro en un local de pizza cerca de la universidad, muy a sorpresa de todos en la mesa, ambos chicos se complementaron y entendieron a la perfección. Akutagawa Ryūnosuke, el mejor alumno de la facultad de medicina y Nakajima Atsushi, el chico adorable y talentoso de la carrera de arquitectura. Polos opuestos por donde se viera, pero los sonrojos, miradas o sonrisas no pasaron desapercibidas para el grupo.
Luego de dos semanas exactas, el ojigris fue capaz de armarse de valor y pasearse "casualmente" por la facultad de Atsushi, encontrándolo en los pasillos hasta el cuello de libros y materiales de medición y dibujo. Se apresuró a llegar hasta él para ofrecer amablemente su ayuda, siendo aceptado por una sonrisa cansada y ojos brillantes de emoción. Porque no era sorpresa que Atsushi llevara pletórico toda la semana luego de conocer a Akutagawa Ryūnosuke.
Salieron por varios meses aumentando el creciente sentimiento mutuo de ambos jóvenes; sin embargo, cuando el pelinegro llegó a su tercer año de estudio, todo explotó. Dejaron de verse por meses enteros ya que Akutagawa estaba quedándose calvo del estrés, era mucho para su cerebro y se desvelaba días seguidos sólo para conseguir la mínima aprobatoria en un examen. Todos los de su curso llevaban el mismo problema sólo que peor, ya que si el cerebrito del curso está a punto de reprobar, los demás no tienen esperanza al parecer.
Atsushi entró también en temporadas de exámenes.
Las llamadas y mensajes que eran habituales dejaron de existir en ese período. Las citas o paseos por la universidad se convirtieron en clases con tutores o visitas constantes a la biblioteca, los buenos días sólo era una mirada a la distancia y el caminar juntos a la estación era imposible. Ya que Akutagawa debía comprar libros o preguntar a cualquiera que entendiera el tema del ciclo y Nakajima debía hacer malabares con su tiempo entre maquetas, trabajos, cálculos, evaluaciones orales y escritas y su trabajo para pagar los materiales que necesitaba.
Sólo fue un fin de semana que tuvieron libre donde establecieron su tradición.
Realmente pensó que iba a aprobar al examen, ya que estudió todo lo que el profesor no les dio, es decir todo el temario, pero las miles de cruces y el gran veinte arriba de la hoja le causaba una reacción en cadena que hasta sus rodillas temblaban de pura impotencia. Sacó su teléfono al final de clases y marcó el número de Atsushi dando pequeños gruñidos cansados. De verdad había querido pasar. Se sentía como el más grande inútil, aún sabiendo que ninguno del curso había conseguido la mínima aprobatoria.