𝐍𝐄𝐊𝐎 𝐂𝐎𝐑𝐏𝐎𝐑𝐀𝐓𝐈𝐎𝐍 [𝐘𝐔𝐓𝐀𝐄]

D O S

Después de quedarse minuto tras minuto simplemente acariciando las orejas del gatito, Yuta comprendió que al pequeño minino le agradaba ese gesto, debido a que cerraba sus ojos y ronroneaba un poco más fuerte, estando aún sobre su regazo. Si él podía ser sincero, en realidad Tae tenía muchas actitudes de un felino, pero no le molestaba, eso no quitaba que fuera, para él, la criatura más hermosa del planeta.

Con simplemente verlo, Yuta notaba el precioso color miel brillante y hermoso de su mirada tan cargada de vida y de inocencia; esa piel suave, como de un menor -bueno, Yuta, es que es un menor- pero definitivamente él podría volverse adicto al simple roce de su piel. Más de una vez ya había sentido a Tae estremecerse cuando tocaba un punto en sus orejitas que le causaba cosquillas, y Yuta no evitaba sonreír ante eso.

Bajando la mirada, observó la traviesa cola del menor, que si bien él estaba relajado, la punta de esa larga extremidad se movía de lado a lado, en lo que Taeyong continuaba sosteniendo el vaso con las dos manos, sin querer derramar nada, ya lo habían golpeado mucho por eso y aunque se consideraba un poco torpe, aprendía la lección a la tercera o a la cuarta vez.

De hecho, aún existían cosas que el gatito no entendía, como la razón por la cual Yuta le estaba acariciando las orejas de esa manera tan delicada, quizás era porque había podido pronunciar su nombre y ahora merecía su premio, un perfecto premio lleno de caricias. La gran mano del chico más grande se pasaba de una a otra de sus gatunas deformidades sin ningún problema, causándole cosquillitas de vez en cuando. No era que se quejara, eso se sentía extremadamente bien.

Pasados unos minutos más, Taeyong aún tenía el vaso a medio tomar, pero lo alejó de sus labios para luego relamerlos, quitándose todos los restos de leche. Miró hacia su cola, subiendo luego la vista a Yuta. Ese chico había sido muy amable con él, ¿Cómo podía agradecerle? No, el pequeño Tae sentía que ya no era suficiente un simple beso en la boca, así que miró a Yuta de nuevo y sin decir más, volvió a cortar la distancia entre sus rostros, atrapando sus labios en un lento beso.

Taeyong jamás había besado a nadie antes. Por raro que parezca, durante sus dieciséis años de vida, o lo que recordaba, siempre lo tenían encerrado en una zona diferente a los demás gatos, solo junto a unos pocos más. Él creía que era porque se portaba muy mal, ya que lo que sí solían hacer, era golpearlo sin piedad alguna hasta dejarlo en el suelo, lleno de moretones y largos raspones. Claramente nunca en su cabeza y jamás en la cara, y según escuchó decir a uno, era porque tenía que mantenerse bonito, como una puta sin estrenar. Sin embargo, Taeyong aprendía, a diario veía a los otros ser sacados de sus jaulas a tirones de cabello, los escuchaba llorar, gritar, algunos maullar; otros decían palabras cortas, quizás fue de ahí que aprendió a decir «sí» y «no», también reconoció que su nombre era Taeyong por las miles de veces que al golpearlo, con esas sonrisas oscuras y perversas, gritaban el «Taeyong, eres un buen gato», ya que nunca se oponía a los golpes, y de hecho, supuso que de eso se trataba su vida. No tenía que hacer nada, porque ese era su mundo, un lugar del que nadie lo salvaría y donde él consideraba no había razón para ser salvado.

También sabía que los besos se dan por agradecimiento o por obligación, cuando veía a esos hombres grandes encargarse de moler su boca contra la de alguno de sus compañeros, quizás amigos, si Taeyong comprendiera mejor el significado de amistad. Pero con este chico era diferente, él no sentía miedo, mucho menos chillaba como los otros cuando sus labios impactaban contra los del mayor. Podía hasta romper el beso cuando él deseara, cosa que no sucedía en el otro caso, ¿Por qué este tipo era tan raro?

—Meow— Soltó un pequeño maullido al separarse de los labios del precioso chico de ojos castaños. Taeyong le sonrió y entonces Yuta hizo lo mismo.

Para Yuta, todo esto era una tremenda locura, tenía tantas preguntas en la cabeza en ese momento, pero aunque quisiera decirlas, ese niño frente a sus ojos no podía responderle a ninguna, ya que lo único que salía de sus labios eran esos pequeños, tiernos y definitivamente encantadores maullidos.