Serendipia

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Empezó con un simple: «Perdone, ¿me puedo sentar aquí?»

Ese catorce de febrero el local estaba abarrotado. En las mesas las parejas vaciaban las tazas y la espuma se secaba a medida que la charla se iba prolongando.

Quentin reparó en ellos, levantando la mirada de «La insoportable levedad del ser». Estaba en la mesa de siempre, ubicada en la sesión de fumadores, en la esquina del fondo, al lado de la ventana, con la vista perfecta hacia la plaza. Desde ese lugar, miraba a quienes entraban y salían del lugar, con el aviso de la campana cada vez que alguien abría la puerta.

Le gustaba observar a las personas transitar. Ver las piernas en movimiento. Algunas a paso lento, otras con prisa. Unas masculinas, otras femeninas, largas y pequeñas. Unas entraban al local, otras seguían de largo, con más asuntos que disfrutar del aroma a café, vainilla y pan recién hecho.

Las conversaciones, el sonido de las tazas en la mesa, el cubierto que corta el trozo de pastel y golpea el plato; las risas, el flash que captura un recuerdo.

Mientras, él, mero observador, ocupando un espacio destinado a los enamorados. Sin ningún remordimiento al pasar la página y pedir otra ronda de Capuchino al mesero que se acercó a retirar el plato vacío.

Después de todo, nadie iba a hacerle compañía.

Hasta que aquella pregunta interrumpió la lectura.

—¿O espera a alguien, profesor Beck? —repitió en tono nervioso.

En la mano un vaso de frapuccino y al cuello una cámara instantánea.

—Joven Parker —respondió enternecido con la presencia de aquel chico.

Le recordaba del día anterior, en el auditorio de la Universidad. Quentin dictó la ponencia «El ser en el olvido». Uno de sus tantos estudios acerca del hombre y su entorno en la era posmoderna. La entrada era libre. Estudiantes de distintas áreas estaban invitados, así que no fue extraño coincidir con un chico de Ciencias en una charla de Filosofía.

Lo que sí  le sorprendió fue encontrar en el rostro del chico el recorrido de las lágrimas justo cuando cerró el discurso con la frase: Nada nos prepara para afrontar el inevitable devenir.

Estaba sentado en la tercera fila, pero los presentes voltearon al percatarse del sollozo. Peter Parker había bajado la mirada, avergonzado al ser descubierto mientras intentaba borrar con sus dedos la evidencia.

Quentin deseó levantarse y brindarle apoyo. Entregarle el pañuelo de algodón egipcio que tenía en el bolsillo del chaleco. En cambio añadió: y eso es lo que nos hace humanos, aunque nos quieran desprender de esa humanidad.

Los ojos castaños se fijaron en los suyos. Todos regresaron su atención a él. Beck leyó el agradecimientos en su mirada y sonrió. Por unos instantes tuvo un cómplice.

Al finalizar el evento, el joven se le acercó para disculparse. Dijo que sus palabras le llevaron al punto de quiebre. Que no fue su intención interrumpir ni hacer una escena.

Nunca pidas disculpas por emocionarte. El llanto y la risa son performances, no secretos. Respondió y ambos sonrieron.

Quentin quedó admirado al notar que los ojos de Peter se mantenían fijos en su rostro, atento a todo lo que decía. Como si sus palabras fuesen el bálsamo que tanto ansió.

El profesor lamentó no tener al castaño entre sus oyentes habituales. Un alma sensible era un perfecto incentivo para preparar clases.

Se imaginó la noche previa, leyendo sus notas preguntándose qué tipo de rostro haría el chico. Si volvería a conmoverse con sus explicaciones, con el discurso de un simple profesor de filosofía que logró escapar de la muerte. Al que todos observaban como un genio de su área. Cuando la verdad, él sólo pretendía entender lo que un grupo de pensadores dijeron alguna vez.

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⏰ Última actualización: Sep 05, 2019 ⏰

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