Not my type

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Siempre han sido amigos. 

Desde el primer día de tercero de primaria en el que el chico al que acusaban de todo por las esquinas le ofreció la mitad de su bocata cuando él se había olvidado el suyo. Desde que se pusieron juntos en el primer trabajo por parejas del curso y no volvieron a separarse cada vez que era elección propia. Desde que los recreos se volvían menos duros cuando los ojos marrones le protegían de los negros ajenos que escondían una infinidad de insultos. 

Siempre habían sido amigos. Los mejores. Los que se cuentan los secretos más tenebrosos y los deseos más oscuros. Y, de hecho, siempre pensaron que lo serían toda la vida. Amigos, confidentes, casi la misma persona, pero un sábado noche de play hasta las cuatro y patatillas de sabor jamón dictaron otra cosa para la que, tal vez, habían estado un poco ciegos. 

—¿Me estás diciendo de verdad que no vas a decirle que sí? —con rabia y el labio inferior temblando por la duda y primero de bachiller corriendo por las venas a toda velocidad. 

—Déjalo ya, Omar. —cede. —Simplemente no es mi tipo. 

—No me jodas, Ander. —lengua fuera para mejorar la concentración, vista fija en la pantalla y un disparo con el que culmina la partida. —Carla es literalmente el tipo de todos los tíos del mundo. 

Pero Ander solo aprieta la boca e inicia una nueva partida, resoplando. 

>>No me vas a responder, ¿no? 

—No sé qué quieres que te responda. 

Omar pausa la partida y frunce el ceño, los dientes chirriando de rabia porque quiere oír como sale de sus labios que no, no es su tipo y no lo será nunca. Los celos son como una plaga de termitas, anidan en su interior y le comen por dentro, manteniendo las apariencias por fuera, y lo odia, todo. A él y su silencio, a sus rizos elásticos y sus labios esponjosos que siempre llevan una mueca de disgusto que parece que solo se arregla con alcohol, a sí mismo, por ser tan puto egoísta con una persona que ya tiene más que ganado todos sus terrenos. 

—Da igual, déjalo. —claudica. —Retomemos esto, te voy a machacar. 

No pasan ni cinco segundos cuando Ander la para de nuevo. 

—¿Es el tuyo? 

—¿El mío que? 

—Que si es tu tipo. —aclara. —Carla. 

Silencio. Silencio que come los huesos y eriza la piel bajo las orejas y la nuca. Silencio que debería ser escuchado porque dice más cosas de las que cualquiera de las dos bocas presentes querría explicar. Silencio que indica a Ander que ha dado en el clavo. 

—No me vas a responder, ¿no? 

—A ver… —intenta. —es guapa, muy guapa. Y simpática, pero… 

Ander alza una ceja.

—¿Pero? 

—Mi tipo no va por ahí. —deja en el aire, para que no sepa si se refiere a mujeres, rubias, ojos claros o cuerpos de infarto. 

—Ya, bueno. —se encoge de hombros, se echa hacia atrás, cae sobre su cama y los rizos botan un poco, distrayendo la atención del contrario. —Pues el mío tampoco. 

Y se tumba con él, contemplando el techo blanco de una habitación que, a su parecer, se estrecha por momentos. 

—¿Puedo preguntar cuál es, entonces? —con cuidado de no herir con sus palabras. 

Ander asiente. 

—Mi tipo suele ser moreno. 

Omar se fija en el mi tipo suele ser, sustituyendo a cualquier "las chicas me gustan así", y se le escapa una sonrisa tonta. 

—Cuánta información, tío, muchas gracias. 

Ríe en una carcajada seca. 

—Me gusta la gente inteligente y que huye de lo normal, lo impuesto. La gente que rige sus propias normas, supongo. No buscan la felicidad, viven con ella, por muy amargo que sea cada trago.

—Joder macho, ni que lo llevases preparao. 

Golpea suave su hombro, y consigue arrancarle otra sonrrisa. Mientras, el corazón le bombea a tal velocidad que su cerebro se cortocircuita.

Ambos se giran un poco, quedando en frente aún tumbados en la cama. Ojos que brillan y labios que anhelan. Y es quizás esa valentía la que impulsa a Ander para decir lo que tanto tiempo lleva queriendo decir. Y se arriesga. 

—Me tipo son los que comparten bocatas cuando te has dejado el tuyo. 

Un parpadeo, cuatro segundos y, luego, nada. El corazón de Omar casi se paraliza, quedando en un limbo entre lo imposible y lo irreal. 

—Ander…

—Lo sé, tranquilo. Está todo bien, entiendo si tu no - 

—Ander. Joder, pero, ven aquí, hombre. 

—Aquí a dond-

No Puede terminar la frase. Unos labios chocan contra los suyos, suaves, delicados, se atrapan entre ellos y juegan y tantean y se dejan llevar como siempre quisieron. Omar no sabe de donde ha sacado la valentía. Ander no sabe cómo, ahora que ha probado sus labios, va a poder dejar de hacerlo algún día. 

Se separan unos segundos después. Ha sido rápido y torpe, quizás con demasiados nervios cosquilleando en las yemas de los dedos que solo se atreven a agarrarse a la colcha de la cama. 

—Joder. Lo siento, tío, perdón, yo-

—Shh. Omar —susurra —, no pasa nada. 

Pero Omar se levanta, asustado. Camina por la habitación y niega con la cabeza muchas veces, el pánico en carne viva estirando tanto su piel que duele a cada paso. 

—Esto no debería haber pasado, joder. 

—¿No me escuchas? Te digo… te digo que no pasa nada. 

—Joder, es que joder. Si mi padre… 

—Omar, tu padre no está en esta ecuación—aclara. — ¿Por qué lo has hecho si tienes tanto miedo? 

El chico se muerde las uñas con ansias y mira a los ojos, por primera vez en la tarde. 

—Joder, Ander, porque tú eres mi puto tipo. 

Más silencio. 

—Que yo… 

Omar baja la mirada, asustado. El otro, sin embargo, se levanta de la cama y camina hasta ponerse en frente del chico, le agarra una mano, dejando caricias en el pulgar, y con la otra le levanta la barbilla para retomar el contacto entre pupilas. 

—Tú también eres mi puto tipo. 

—¿Pero? 

Ander niega. 

—Sin peros. 

Un paso. Las puntas de los pies descalzos chocan y un gato maulla en la madrugada. 

—No sé qué decir. —confiesa Omar. 

—No hace falta que digas nada. 

Y se lanza a sus labios, de nuevo. Esta vez con saliva y más pasión, más ganas y más fuerza. Las manos se mueven hasta posarse en sus mejillas y las otras hasta su cuello, apretando como con miedo de que se suelte ahora que ha conseguido tenerlo. 

Las cosas cambian cuando una lengua traviesa tantea la boca ajena y se cuela, caliente y casi líquida como una serpiente buscando a su presa. Y la encuentra, por supuesto, sumiéndose en una pelea para ver quién de los dos se rinde antes aunque ninguno de los dos tenga intenciones de hacerlo. Entonces un jadeo, una mano que baja de la mejilla y se deja caer en la cintura, acariciando ahí y provocando un terremoto en la piel ajena, que tiembla de nervios y ganas a partes iguales. Y se dejan caer en la cama, exhaustos, después de una sesión de besos y caricias que se extenderán hasta la mañana siguiente. 

Ninguno de ellos dos sabe que se despertarán arropados porque la madre del de rizos, antes de irse a trabajar ese sábado, entra sigilosa y los tapa después de verlos tan abrazados, supone, por el frío. 

Que ingenua. 

Not my type | Omander Donde viven las historias. Descúbrelo ahora