Untitled part

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El intelectual parose de donde estaba, su silla de antaño. Con su mirada cansada y sus manos resecas acomodose los lentes. Miope y arrugado, estresado pero calmado, sus canas transmitían un aire de grandeza mental. Ese aire anudaba a cualquiera a que lo mirara con su respiración cansada producto del consumo de tabaco. Su estudio, sus libros, todo perfectamente acomodado, miró al techo con la lámpara de araña.

Un día caminó por la más pura inercia y llegó a un salón de enormes dimensiones, columnas colosales, piso de damero y una fuente en el fondo. En su mente visualizaba la escena cual niño de cuatro años en un casamiento, maravillado por la escena como un turista conociendo un país nuevo. El intelectual estaba de gala con un traje negro y con la misma mirada de siempre, cansada y arrugada. Un evento importante, quizás un cumpleaños de quince, un baile de graduación estilo norteamericano, una premiación o lo que sea. El intelectual estaba absorto contemplando el lugar en el que estaba. Sentose en una de las mesas con su equipo de investigación en la universidad.

El rector de la prestigiosa universidad comenzó su discurso, vacilando en anécdotas de un famosísimo doctor honoris causa, refiriéndose a una persona sentada entre el público, que era ni más ni menos que nuestro intelectual, miope y arrugado, estresado pero calmado. El intelectual escuchó aplausos y felicitaciones de sus colegas, y momento después quedose cada vez más disperso, mientras el rector hablaba. Miró la mesa, cada vez más grande en comparación a su cuerpo. Transportándose a recuerdos de su infancia, empezó a divagar su historia. Era un niño de 4 años; en la familia de siempre, cariñosa pero recta, que siempre le ha fomentado el estudio y el amor por la cultura y el saber. Con un excelente promedio fue considerado siempre un alumno prodigio hasta los últimos años del secundario. Estaba estresado por su gran mente y el dolor que eso requiere, ya que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Sentíase rebelde, no deseaba bajo ningún concepto seguir una tradición impuesta, quería seguir su propio camino. Comenzó a salir al mundo exterior, pensaba que ningún científico puede conocer al mundo si nunca lo ha contemplado de cerca; un botánico puede describir millones de especies pero, ¿De qué sirve conocerlas y catalogarlas si nunca las ha visto?.

En la universidad, el futuro intelectual se vio atraído por ideas y sensaciones nuevas, pero no aprobadas por su familia. Conoció las drogas, las fiestas, las mujeres, pero nunca se distrajo de su compromiso con el conocimiento, decidido a ser un gran intelectual, premiado y reconocido por todo aquel que sepa de su obra. Estaba decidido, sin embargo había algo que le decía que ese no era el camino que estaba siguiendo. Dicen que el que se queda en el medio de una batalla es el primer derrotado, y nuestro intelectual, efectivamente se quedó en el medio. En medio de la parálisis de la indecisión, aparecieron sus colegas haciendo una fiesta típica de las universidades privadas, gente que tiene tiempo y dinero para desperdiciar. De repente, apareciose también una mujer que fingía intelectualidad y cariño, que lo trataba como siempre lo quiso. Pero esta fue la que le lanzó sus garras y lo atrapó para defraudarlo y posteriormente dejarlo como quien deja a un perro tirado en una ruta para que alguien lo encuentre, se muera, o lo que sea, mientras no moleste más. Destrozado, el joven universitario se alistó para entrar en el mundo del alcoholismo como terapia al dolor causado por una arpía que no lo merecía, para luego pudrirse lentamente. El intelectual, que seguía escuchando al rector hablar como si no existiese el mañana, no paraba de recordar las vivencias de su pasado, hasta que se dio cuenta de que algo no encajaba en su historia.

Luego, casi agitado, el intelectual despertó, pero sintió que algo se descompuso, algo se desvió y al instante regresó cual teletransportación. El "intelectual" parose de donde estaba, pero su silla de antaño era una caja vacía con un pene dibujado. Con sus ojos llenos de lagañas y sus manos duras se acomodó la cara. Miope, sucio y mal vestido, calmado pero sin rumbo, su tupida barba transmitía un aire de descuido y pobreza. Ese aire que salía de su boca espantaba a cualquiera a que le hablara con su aliento a vino y su olor a mugre, genitales y varias semanas sin bañarse ni afeitarse. Su colchón, su changuito, debajo de un puente, todo estaba perfectamente acomodado. Un oficial de la policía lo vio y le dijo:

-¡Levántese mugroso! Está interrumpiendo el paso. Tome diez pesos y consiga trabajo. –sentenció furioso el insensato.

Ahora sí, realmente todo cuadraba.

El IntelectualWhere stories live. Discover now