Está todo oscuro, apagado y algún reflejo de las luces vibrantes y enérgicas rebotan sobre mi cara y me iluminan. Pasan de mi rostro al tuyo y me sobresalto. Tal y como yo quería; mirándome. Tus ojos se asoman entre la multitud, de lado a lado buscándome. Intento que los míos no me delaten, pero estoy segura que lo sabes, también te busco. Jugamos, qué danza más entretenida. Doy vueltas mientras con una mano recojo mi falda y bailo con torpeza. El alcohol resuena en mi interior, y esa vocecita me recuerda que te siga mirando, que siga pendiente de ti, de dónde vienes y a dónde vas. Cuando le hago caso, me encuentro con tus delicados dedos en mi cintura, invadiendo más y más centímetros de mi blusa de seda, arrugándola para rozar mi piel... "Te pido otro?" ¿Sería ya el quinto que me tomo? A mi mente no le importa, a mi hígado tampoco. Mi cabeza desubicada a la mañana siguiente sí que le ha importado. De esa noche, mi único recuerdo.
Jamás imaginé que me llamarías. Principalmente porque no recuerdo darte mi número de teléfono. Lo reconozco, me sentía inquieta sentada delante de ti en esa terraza luminosa a la luz del día. Nunca he dudado de mí, ni de mi aspecto, pero por primera vez deseo haberme aplicado la máscara de ojos y el pintalabios marrón. ¿Por qué me mirabas tanto? No voy a mentirte. Siempre me ha encantado. De hecho, fui bastante masoquista con ello. Deseaba que me mirases. Con fijación. Sin dilación. Cada momento, en cada segundo. Que tus ojos azules, azul mar lleno de oleadas, me atrapasen. Y ahí estaba yo disfrutando del momento mientras las burbujas de la Coca-Cola viajaban desde mi paladar hasta mi estómago. Creía que eran burbujas, pero quizás comenzaban a ser mariposas.
Algo más que una cama compartimos. Quizás una taza de café por la mañana. No café del tibio, no, un café sabroso, con la leche caliente y la espuma rebosando por los bordes. Y quizás jugueteaste conmigo y con el café, me manchaste la nariz de espuma, sonreíste y me susurraste "quiero tener esta imagen cada día al despertar" ¿quién no se enamora de eso?
Llevo meses sin verte y tu rostro aparece y desaparece sin prisa ni compasión. Sabes que me estás matando, que tu fantasma me persigue, ese fantasma con los ojos azules. Pero, aun así, no regresas. Y lloro y lloro y lloro. Y bebo y bebo y bebo más agua para reemplazar todas las lágrimas que he derramado por ti. Un vaso, una jarra, un corazón roto, un rostro perdido, que observa su reflejo con los ojos entrecerrados y los párpados caídos. El agua me resucita, o al menos intenta resucitar mi alma, esa que tú te has llevado contigo.
Así que estaba en lo cierto. Si escribía lo que sentía, todo eso se iría. Pero ¿se ha ido? ¿te has ido? ¿se ha ido? ¿me he ido? ¿nos hemos ido? Vuelve. Que vuelva. Vuelvo. Espero que volvamos, que volvamos a empezar. En realidad, todo el mundo sigue quieto, estático, excepto yo. Con una copa de vino tinto en la mano y una pluma ensangrentada en la otra. Desesperada. Lloro y me revuelvo el pelo con ansiedad y nada parece funcionar. Así que nadie se ha ido y nadie se ha quedado. Solo estoy yo, existo yo, importo yo. Por primera vez me importo más que nunca. Ahora sé para qué ha servido tu presencia en mi vida. Gracias por llegar, gracias por no quedarte. Un placer haberte conocido a ti y a tus ojos.
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microsueños
Short StoryA los 18 años, en un período de desconcierto, me puse a escribir una serie de relatos, los cuales (aun no lo sabía) se unen por un simple hilo: m i c r o s u e ñ o s - ese microsegundo de inconsciencia entre estar dormido y estar despierto. Escribo...