No logro concebir otra manera de desprenderme la frustración, así que sumo una noche más en vela a la lista. Una nueva para hacerme daño. Una, para pensar y perderme entre la melodía de la música amarga que invade mi cuerpo.
Sólo deseo que las cosas cambien. Anhelo amanecer y rodearme de un futuro realmente prometedor, y no de uno falsamente construido por alguien que ni siquiera me conoce.
Persigo un mañana incierto, sin poder respirar libertad, ni palpar seguridad. Y esta noche, como muchas otras, espero a que mis padres se duerman y mi hermana cierre la puerta de su habitación para salir silenciosamente de la casa. El reloj marca las 2:16am.
Deambulando por las sombrías calles que ni los faros son capaces de iluminar, arriesgo mi vida en mi pequeña misión al dirigirme hacia el olvidado banco del vecindario. Mi lugar favorito para estar. Mi sitio preferido para observar la mediocridad.
Desde allí puedo ver como nos han arrebatado todo; avenidas sucias de sueños no cumplidos, domicilios negligentes por falta de esperanza y familias rotas por muertes no pagadas es lo único que permanece.
No es placentero hallarse en un país destruido hasta el fondo y menos cuando se colman de alabar pretextos estúpidos en un discurso gastado que harta al ser escuchado.
Hablan de las tierras fértiles, de la nieve, el desierto, la selva, el volcán, las playas y las piedras preciosas. La pesca, agricultura, ganadería y hasta el crudo más deseado del planeta, el petróleo. Y tienen razón, todo sigue aquí, continúa existiendo. Pero ya nada puede salvarnos. Han descompuesto el corazón de nuestro país, han dañado a su gente.
No nos queda más que una triste cotidianeidad. Aguardando para conocer quién será el próximo que se irá, y deseando no sea llevado por la muerte que siempre está detrás; prefiriendo despedirse con pena en un aeropuerto, sin confianza de volverse a encontrar.
Esta es la realidad de un país que después de haber sido la opción para cualquier emigrante, hoy es la primera para no habitar. ¡Y con razón! Pura incompetencia política es lo que ha causado este desastre.
Ya que a donde quiera que voltees avistaras el hambre asomándose en el rostro de inocentes, medicamentos indispensables ausentes y servicios básicos, como el agua o electricidad en total decadencia; sin seguridad civil, leyes auténticas o estabilidad económica. Así es como una pobreza visible invade la historia de Venezuela.
Sin embargo, aún se puede encontrar derroche en las calles, cuando después de meses de ahorro, se refleja en un par de ojos, el capricho de morder un trozo de pan.
Los que seguimos aquí nos excusamos bajo el sentido de pertenencia que vino con nosotros al nacer. Pero no hay distinción con quienes ya no están, todos llevamos en el pecho la bandera con sus colores y entonamos orgullosos el Gloria al Bravo Pueblo. Firmes al expresar “Soy Venezolano y el socialismo no podrá vencerme”.
Esta noche, desde mi banco, sueño cambiar nuestro destino.
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Un banco tricolor
Short StoryMicrorelato escrito para el desafío "Sin pelos en la lengua" de @El_Circulo2019. Un banco tricolor esta dedicado a cada Venezolano que ha sufrido por su país. ¡Disfrutenlo!