quien lo diga primero, pierde

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Es vulnerable, tanto como diminuto en la esquina de la habitación. Desnudo a la vista del gigante que le saca una cabeza y le supera en masa muscular y fuerza, pero que no le haría daño. No ha cambiado, a pesar de los años. Sigue emanando la misma calidez en cada abrazo, y el mismo olor al sumergirse en el espacio entre su cuello y sus anchos hombros. Sin embargo, es en su rostro donde han pegado los años, en la suavidad de las mejillas suspendida por filosos ángulos en la mandíbula y la nariz. Los ojos pequeños, los pómulos altos y orgullosos. Y la sonrisa tan dulce que baña de miel algo que ante su carencia hubiese resultado amenazante.

San y MinGi ha estado desde el principio de los tiempos porque antes de ellos no existía nada más.

El mundo de San comienza la mañana de agosto en medio del verano lluvioso de su segundo año de preparatoria cuando MinGi apareció con el pelo húmedo y el corbatín desarreglado, la mirada desconcertada y la boquita entreabierta, y luego tomó asiento tras de él al final de la fila, porque era el más cercano a la puerta, no porque el destino lo prescribiera.

Resulta que, muy a pesar de su cara de idiota, MinGi era bueno en geometría y cálculo, materias que a San le causaban dolores de cabeza y bajones de autoestima. Lo supo durante el primer examen de periodo, cuando MinGi, quien hablaba poco con él pero ya se había hecho amigo del equipo de soccer del colegio al que se unió desde su primer día, se inclinó por encima de su hombro para susurrar:

"La A, pon la A."

Tras eso, pasaron la tarde en la biblioteca con MinGi explicándole por qué la A era la respuesta.

San no se sentía a gusto a su lado. MinGi se pegaba mucho, reía mucho, se movía mucho. Era gracioso y comía mucho, aunque siempre le regalaba una parte. Sus pucheros eran demasiado para su descomunal altura, y sus ojos desprendían el brillo de las gotas de lluvia golpeando el cristal.

Aún cuando sonreía, San temía que en cualquier momento rompería a llorar y ya nada lo iba a poder parar.

Las gotas de lluvia de sus ojos se han secado, pero les acompaña en la ventana la lluvia que viene del cielo y golpea, les recuerda, que el tiempo se agota, que la noche para ellos es corta si quieren que nadie se dé cuenta que se han perdido entre la multitud de la fiesta, entre los vasitos de plástico llenos de soju y las latas de cerveza, y la música demasiado fuerte como para que los vecinos no se hayan quejado todavía.

YeoSang se va a molestar, piensa San mientras patea sus pantalones fuera. Piensa también que ya está grandecito y que puede joderse la vida como quiera, y por tanto está en su derecho de follarse a MinGi hasta volarle la cabeza.

Follarse al amigo más cercano que tuvo en aquel grupo de patanes que le tocó en su preparatoria para varones, donde solo se le acercaban para hacerle una grosería o preguntarle por la tarea. WooYoung, su mejor amigo, estuvo con el hasta segundo año, cuando tuvo que dejar la escuela.

"La abuela se está muriendo; mamá y yo volveremos al pueblo para encargarnos de la granja y de su funeral. Volveré cuando todo esté en orden, solo perderé un año."

El mundo de San hasta entonces se hizo pedazos, porque aquel que era su salvavidas se retiraba y lo dejaba en mar abierto sin saber nadar.

Entonces, la mera idea de ir al colegio resultaba aterradora hasta que el gigante risueño se paró a su lado y espantó sin querer todo lo que le causaba miedo.

MinGi solo era un amigo. Y San, aún con todos sus complejos, era un chico lindo. Uno que no tardó en captar la atención de un chico adinerado de la clase. A San también le gustaba, al menos en un principio, porque tenía voz profunda y dibujaba bonito. Ahora ya no puede ni recordar su nombre.

si te veo de nuevo (no puedo contenerlo más) ; sangiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora