—Aquí, chicos —dijo Joe. El alto griego estaba en la puerta con dos docenas de rosas en los brazos. Después de recibirlos a los dos con un beso y de coger sus bolsas, entregó una docena a Manu y otra a Natalia—. Vamos, tengo el coche aparcado fuera y Terminator ha ido a recoger vuestras maletas.
—¿Ha venido Sabela? —preguntó Natalia. No veía a sus hermanas desde hacía seis meses, porque sus programas no habían coincidido. Mientras que Natalia dominaba el mundo del tenis femenino, sus hermanas, Sabela y Marta, hacían lo mismo en el voleibol sobre arena.
—Sí, Marta y ella van a estar hoy aquí. Mañana por la mañana se van a un torneo en Palm Beach, así que esta noche te van a hacer la cena y van a ocupar tus habitaciones de invitados —Joe los guió hacia la salida, sabiendo que las hermanas Lacunza y él habían superado con creces el tiempo que podían estar aparcados fuera, aunque por otro lado, a Marta no la llamaban Víbora sin motivo. Una sola mirada suya había enviado al joven guardia de seguridad de vuelta a su garita durante la hora que llevaban esperando.
—Recuerda, ejercicio primero, reunión familiar después —dijo Manu, sabiendo que el recordatorio era innecesario, pero lo dijo de todas formas.
—Sí, amo, lo recuerdo.
En el Suburban aparcado fuera estaban dos mujeres que eran prácticamente iguales que la tenista salvo por el pelo. Sabela y Marta llevaban el pelo corto por cuestiones de comodidad al jugar, pero todas ellas tenían la misma constitución fuerte. Todas se llevaban dos años de diferencia y Natalia era la pequeña de la familia, mientras que Marta era la mayor. Para todas ellas, el deporte había sido una forma de escapar de unos padres excesivamente conservadores que querían unas damas recatadas como hijas que les permitieran lucir un montón de nietos. En cambio, habían tenido a tres de las lesbianas más famosas del mundo del deporte, lo cual había bastado para que sus padres las repudiasen. Gracias a la cuidadosa gestión de Joe, ninguna de las tres tenía ya problemas económicos, sólo el dolor causado por el rechazo de sus padres.
—¿Estamos viendo a la campeona de Wimbledon? —preguntó Marta, saliendo del asiento del conductor. La sorpresa para Natalia les iba a costar dos días de entrenamiento, pero merecía la pena por ver la sonrisa de su hermana pequeña. A las dos mayores les había dado muchísima pena no estar presentes en ninguno de los partidos que había jugado Natalia, pero tenían la esperanza de poder estar en las gradas en septiembre para todo el Abierto. La familia se puso al día de lo que estaba ocurriendo en su vida desde la última vez que se habían visto y encargaron a Manu que apuntase unas fechas en las que Natalia podía ir a ver jugar a sus hermanas.
Dentro del aeropuerto, Alba llegó a la salida justo a tiempo de ver que Natalia se metía en el coche y éste se alejaba. Como siempre, Ana llegaba tarde y Alba esperó dentro con el aire acondicionado, porque no quería enfrentarse al calor hasta tener puesto un traje de baño.
Alba acabó esperando cuarenta minutos, apoyada en la pared de cristal de la entrada, hasta que por fin vio a Ana fuera, saliendo de un coche alquilado. Por su forma de caminar, Alba supo dónde había estado desde que había llegado. Cuando la corredora de bolsa entró y se inclinó para darle un beso, su aliento a whisky sólo fue la confirmación. La rubia se puso al volante mientras Ana cargaba el equipaje y se preguntó si la abolladura del guardabarros delantero ya estaba allí cuando Ana recogió el coche. El fuerte portazo en el lado del pasajero hizo que Alba mirase a la mujer con la que había pasado tres años, que cerró los ojos y se quedó dormida en lugar de hablar. Si no hubiera sido tan triste, a Alba le habría hecho gracia que las dos llevasen casi un mes sin verse y no tuvieran nada de qué hablar. Alba arrancó con el coche hacia la casa que habían alquilado.
Las tres hermanas hicieron el circuito completo de la sala de entrenamiento mientras las dos mayores se metían con Natalia por lo de Alicia. Las dos torturadoras estuvieron citando cada titular de la prensa amarilla hasta que Natalia se puso la ropa de correr y se lanzó por la playa. Esta extensión de paraíso era lo que más echaba de menos cuando la agotadora gira de torneos la obligaba a ausentarse durante meses enteros. La limpia arena blanca y las aguas verde azuladas eran como una capa de calma en su vertiginosa vida. Al volver aquí, Natalia estaba convencida de que podría apartarse del tenis y no echar en falta ni al público ni la actividad.
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Juego, set y partido // Albalia
FanfictionNatalia Lacunza, la niña bonita del tenis femenino, se enfrenta al mayor reto de su carrera, ganar el Abierto de EEUU, intentando evitar las amenazas de muerte que ha recibido durante los últimos meses. Por el camino, descubrirá a la piloto Alba Rec...