Lo primero que se escucha es un crujido. Como si un inmenso cubito de hielo se partiese al entrar en una bebida caliente. Lo siguiente es un rumor que va creciendo, parecido a unrugido. La tierra tiembla bajo tus pies y el aire se llena de un aire frío que viene de no se sabe muy bien dónde. Si después de ese momento no has mirado en todas direcciones, tratando de averiguar qué es lo que ocurre, es que estás muy abstraído en tus pensamientos o simplemente que eres muy despreocupado. Quizá a mí me ocurrieron las dos cosas a la vez. Por eso para cuando alcé la vista y miré, la avalancha estaba tan cerca que no me dio tiempo a moverme.
Y eso me salvó.
La marea rodante de nieve arrasaba todo a su paso, arrancando árboles como si fuesen palillos y borrando todo rastro de la pista de esquí por la que acababa de descender. Por alguna razón había preferido detenerme junto a un pinar, en uno de los laterales, y desde allí vi llegar y pasar de largo la destrucción. Si hubiese estado descendiendo habría tratado de escapar aprovechando la velocidad de mis esquíes y casi con toda seguridad no lo habría logrado. Lo sé porque vi a unos pocos de mi grupo intentar hacerlo. Los que más lejos llegaron fueron arrastrados hacia el precipicio y arrojados al vacío antes de que pudiesen siquiera pensar cómo salir de aquella ratonera. La Pista 4 desapareció por completo esa mañana. Toneladas de nieve se les echaron encima y cayeron con ellos. Del resto poco supe en ese momento, aunque me sorprendió que alguien hubiese podido sobrevivir a aquello.
Cuando el ruido y la furia cesaron saqué mi teléfono móvil y marqué el número de emergencias. No hubo tono, ni siquiera un aviso de estar fuera de cobertura. Me pregunté si el alud habría arranchado alguna antena o el desastre sería mayor de lo que yo pensaba y el desprendimiento también habría afectado a la caseta de guardia, cientos de metros más abajo. No tenía tiempo para demasiadas dudas. Deslizándome como pude sobre la superficie blanca sin asentar, todavía con una neblina sobre todo el valle, llegué al final de la pista. En torno a mí, el espectáculo era tan extraño que me parecía estar inmerso en una pesadilla. Si el infierno fuese frío, se parecería a aquello. Las copas de los árboles surgían en todas direcciones, troncos, raíces, rocas, se mezclaban creando un escenario que me heló la sangre. Más todavía cuando descubrí la primera mano surgiendo entre los restos.
Me quité los esquíes y empecé a cavar. Al poco llegué al torso del hombre, luego al rostro... congelado en una mueca de pánico, azulado. Tardé en convencerme a mí mismo de que no se podía hacer nada. Lo dejé así y miré alrededor. No sabía si quería realmente encontrar alguien más en esas condiciones. Por desgracia lo hice, a varios. Supuse que la avalancha había avanzado por las pistas superiores, ganando en fuerza y extendiendo la destrucción antes de llegar a la mía. En su camino se había llevado por delante a muchos esquiadores, más de los que yo imaginaba en un principio. Seguí removiendo nieve durante un tiempo que no conté, sólo sé que me agoté y me senté allí mismo a llorar. Esperaría a los equipos de rescate.
De nuevo me perdí en mis pensamientos, ¿qué habría sido de mis compañeros, la gente con la que llegué? ¿Se habrían retirado antes? Entonces noté un movimiento. Demasiado débil, tanto que si no hubiese estado sentado casi encima no lo habría notado. Pero allí estaba, el suelo se combaba y agrietaba como si algo la empujase... algo... o alguien. Alguien debajo de mí. Antes de completar ese pensamiento ya estaba escarbando con toda la velocidad que me permitían mis manos heladas.
Tras el primer metro las cosas se pusieron difíciles. La nieve se compactaba cada vez más, adquiriendo la consistencia del cemento. Cientos de kilos habían caído y se habían asentado en pocos minutos. Ahora parecía que llevaban allí años. El segundo metro resultó un sufrimiento terrible, en parte por el dolor de mis dedos, que continuaba aunque cambié las manos por la punta de uno de mis esquíes como improvisada pala. También estaba presente el temor de que el agujero por el que me arrastraba a duras penas se hundiese sobre mí, sepultándome junto al resto de las víctimas. ¿Y estaría escarbando en la dirección correcta? ¿Habría calculado mal desde dónde empujaba el superviviente, si es que lo había? Esperaba con todas mis ganas que no fuese un animal o un simple movimiento de las rocas asentándose. Alejando esos pensamientos de mi cabeza, seguí y seguí. El tercer metro supuso la prueba definitiva, porque con las esperanzas menguadas, sólo me habría bastado dudar un poco para retirarme y salir de allí, vencido por el cansancio y el miedo. Pero escuché una voz.
Al principio no la entendí, pero ¿qué importaba? Era alguien, vivo, atrapado en ese ataúd helado. Ataqué con la punta del esquí, que ya casi no podía mover a mi lado. La realidad de mi situación me vino de repente a la cabeza. Estaba tumbado en un túnel excavado en la nieve reciente de una avalancha, prácticamente boca abajo, con poco espacio para moverme y menos para salir si aquello perdía su precario equilibrio. Un ramalazo de claustrofobia se me agolpó en la boca del estómago. De nuevo luché contra esa sensación, dejé el esquí a un lado y escarbé con los dedos. Ya no se oía nada y temí lo peor.
En ese momento una sección del túnel frente a mí se vino abajo y vi el rojo de un anorak, un brazo, parte de una pierna... En el hueco minúsculo creado por unas rocas, una burbuja de aire en el mar blanco del alud, había quedado a salvo un chico. Tendría aproximadamente mi edad pero era más delgado, casi frágil, el pelo bajo un gorro del que escapaban mechones negros y que se había calado hasta los ojos para conseguir algo de temperatura extra. Su nariz, ahora ya azul oscuro, asomaba sobre una bufanda que se había bajado para poder pedir ayuda. La mitad de su cuerpo seguía atrapada bajo la garra del hielo, pero su mirada se iluminó al verme aparecer.
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A tres metros bajo hielo [Joerick]
FanfictionJoel y Erick son los únicos sobrevivientes después de un alud.