Capítulo 1: Ignición

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Ataqué a mi madre. No recuerdo si en aquel momento pensaba con claridad o si no sabía qué estaba haciendo. Al fin y al cabo, me abalanceé sobre ella y forcejeamos por unos momentos. Logré hacer que perdiera el equilibrio con algo de facilidad, pues la diferencia de fuerza física era notoria. Sin dudar mucho, mis puños volaron hacia su rostro una, dos, tres y quién sabe cuántas más veces, pues no tenía la conciencia suficiente para llevar la cuenta. La sangre de ambas manchó mis manos y su rostro, el cual había pasado de un ceño fruncido a estar totalmente desfigurado.

Tragué saliva. Quizá una pizca de duda o arrepentimiento rozó mi ser al entender por un segundo la situación, pero todo eso desapareció al notar que la mujer seguía respirando. Que ella seguía con vida. La furia volvió a inundarme como un torrente que acababa de destrozar una represa, y en mi cabeza sólo había un pensamiento concreto: mátala.

Tomé la lámpara que estaba unos centímetros de la entrada y la estrellé contra el cráneo de la mujer, las veces suficientes como para ver sus cesos caer hacia el piso.

Volteé, sólo para encontrar a mi padre, tirado en el piso con sangre en su abdomen, y una mano en su oído. No, no sólo tenía una mano en su oído. Él estaba hablando por teléfono, muy probablemente con la policía.

Me levanté lentamente, con la mirada fija en él, sin ser capaz de escuchar las palabras que salían de su boca. La sangre de mi madre me había salpicado todo el rostro, por lo que limpié la zona de mis ojos con mi muñeca para poder ver un poco mejor.

El hombre temblaba, de miedo, de dolor, quizá ambos, quién sabe.

Una sirena se escuchó intensificarse en el exterior de la casa. Ellos venían por mí.

-...Por favor....hija...no.- murmuró el viejo con lágrimas en sus ojos. Por primera vez los roles se invertían, ahora era él quien me rogaba piedad envuelto en llanto. Jamás en mi vida había sentido tal satisfacción. Permanecí en silencio. Era difícil pensar con claridad para darle una respuesta.

Las sirenas sonaban más fuerte que nunca. Ellos ya estaban aquí. Ya no tenía tiempo para hacer alguna otra cosa.

Le escupí en el rostro al hombre, esperando que pudiera captar todo el odio y desprecio que sentía hacia su persona.

La puerta se abrió de golpe. Policías armados entraron gritando cosas que se oían borrosas, y que no hacían más que aturdirme. Me apuntaron con sus armas y me hicieron ponerme de rodillas en el suelo. Intenté escapar forcejeando, pero fue inútil. Aún así, no me detuve.

Lo último que recuerdo fue ver entrar a una especie de enfermero, con una jeringa en la mano. En cuanto los policías lograron inmovilizarme, el recién llegado me inyectó lo que sea que hubiera contenido aquella jeringa.

El pinchazo en el cuello me hizo entrar en razón por un segundo.

En ese instante de claridad, de conciencia, de cordura, sólo pude pensar en una cosa: hiciste bien, Alice.

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Hey, soy Noah. Esta historia se encuentra en plena edición, y ya no usaré el _____ para la protagonista, a partir de ahora se llamará Alice. Esto no evita que puedan proyectarse e imaginarse como ella en la historia :)
Siento haberles hecho esperar.

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