-LA APUESTA-

33 6 0
                                    


"¿A que no hay huevos?"
Maldita sea la persona que inventó esa frase.¡Maldita sea diez veces! -Pensaba Will.

Aquella frase había sido el motivo de haber aceptado la apuesta, y más aún delante de Mary Stean.

Henry Toddles había sido quien lo había sugerido. "No puede ser tan difícil".
Después Marino "El rata", se había reído con su risa estridente, era mala idea.
El rata era algo extraño. La madre de Will le había dicho que no se acercara a ese chico. Will estaba seguro de que era porque era extranjero; su madre odiaba a los extranjeros, pero no era malo. Incluso les había enseñado a escupir lejos hacía tan solo dos semanas, en la poza Dian. Will aún practicaba a escondidas en el patio de casa.
Al final había aceptado la apuesta, para demostrar delante de Mary que él no era un cobarde. ¡Oh, Mary Stean!
Una niña preciosa, de ocho años (igual que él). Con los ojos verdes y los cabellos dorados recogidos en dos perfectos lazos rosas.
Esa niña era el mismo motivo por el que ya no podía volver. No, ahora ya estaba allí, subiendo las escaleras dentro de la casa de la vieja. La vieja había atemorizado durante años a todos los críos del pueblecito de Tilmon, incluido a Will. Bueno, las cortinas llevaban dos días sin moverse, así que quizá no estuviese.

O quizá esté muerta. Aquí.

Pensó momentáneamente Will.
El piso inferior apestaba a baño.
No podía ser tan difícil. Subir, coger la bola de metal y correr.

Una de sus botas de agua amarilla piso lentamente el séptimo peldaño. La vieja madera carcomida rechinó. Will cerró los ojos, sabía lo que iba a pasar.
Los abriría. Ella estaría allí, frente a él, muerta. Con los ojos vidriosos salidos desorbitados. Con una sonriente fila de dientes desiguales, el pelo graso sobre los hombros y jirones de carne podrida descolgándose por su rostro. Ella, allí. Ella, muerta.

Abrió los ojos. Ante él, la escalera. Vacía.

Tomó aire y siguió subiendo. Sólo dos escalones más.
La pintura verde de las paredes se descolgaba a desconchones.
Carne podrida descolgándose.

El pasamanos se había derrumbado en la parte superior y había quedado en el suelo, raspado, dejando al descubierto la superficie astillada.

Sólo coger la bola de metal -pensó-. Luego me voy.

La gruesa goma de las suelas crujía en el suelo a cada paso.
La bola tenía que estar en la habitación. Entonces Mary vería lo valiente que era y se casaría con él.

El dorado del pomo de la puerta estaba salpicado de óxido verde.
Will cerró su mano sobre él y empujó la desvencijada madera de la puerta.
Allí estaba ella, tumbada sobre la cama. Muerta, no, su pecho subía y bajaba bajo el blanco camisón. Dormida.
Su cara, cubierta de arrugas. Will se acercó y observó la fila de dientes, la boca abierta.
El piercing brillaba en la lengua a la luz de la pequeña ventana. Will sacó la navaja de Henry del bolsillo y miró el piercing. La bola de metal. 

Ella, allí. Ella, muerta.

500 palabras.

LA APUESTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora