—Venga, Inés.
—Ya voy, ya voy. —Repitió la catalana apurando a sus propios dedos para escribir más rápido sobre el teclado del móvil. Irene emitió un gesto de fastidio, girando la cabeza hacia la ventanilla. — Tengo que contestarle a Bego, es importante.
—Cariño... siempre es importante. —Irene suspiró, hablando sin mirarla.— Lo prometimos
Inés la escuchaba sin dejar de teclear, cediendo después de varios segundos de silencio. Bloqueó el móvil con el dedo índice, dándole después de nuevo. La pantalla se iluminó enseguida y la catalana activó el modo avión.
—Nada de móviles. Ya está. —Inés acercó su mano tímida, haciéndola recorrer las piernas de Irene hasta encontrar la de su pareja. — Lo siento, carinyet.
Entonces, la madrileña se giró y la miró a los ojos, la sonrisa sincera en los labios. La mirada brillando. El corazón, como siempre, acelerándose al compás de los pestañeos de su pareja. Envolvió la mano de Inés con la suya, entrelazando después sus dedos. Inés le dedicó una sonrisa tierna y se acercó un par de centímetros, dejando que fuese la de Podemos quien rompiese el aire y le dejara un suave beso en los labios. La calma de un viaje.
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No eran unas vacaciones en el sentido literal de la palabra, pero habían aprovechado la excusa de la boda para poder disfrutarse un tiempo sin la necesidad de estar pendientes al trabajo, que últimamente les consumía. Y la verdad es que cualquier excusa era buena para pasar tiempo juntas, incluso la boda de la amiga de Irene.
El tren se sacudió con la salida tan esperada por las dos y observaron en silencio el vaivén del paisaje, aún industrial. Inés apoyó la cabeza en el hombro de Irene, aprovechando la ligera diferencia de altura.
—Hacía muchísimo tiempo que no iba a una boda —dijo con emoción. Intentaba no caer en el cliché, pero le gustaban más de lo que quisiera admitir.
—Déjame adivinar. ¿Desde la tuya? —bromeó Irene con sorna, ganándose los ojos en blanco de Inés, que se separó para mirar a su pareja.
—Espero que a tu amiga le vaya mejor. Aunque bueno, tampoco me quejo de cómo he acabado yo... —añadió Inés dándole un apretón a las manos que aún seguían unidas sin que ninguna de las dos se diera cuenta. Irene no pudo evitar la sonrisa tonta que colgaba de sus labios. Algún día dejaría de sentirse como una adolescente enamorada, pero por ahora ese día no había llegado.
—La verdad es que no me esperaba que Vero se casara. Siempre ha sido un espíritu bastante libre. —Por la mente de Irene pasaron diferentes recuerdos que compartía con su amiga; la de historias que tenían juntas de sus años más tempranos. Inés, ajena a ello, frunció el ceño.
—¿A qué te refieres? ¿Un espíritu libre no puede casarse?
—A ver, claro que sí pero teniendo en cuenta que el matrimonio es algo tan normativo y tradicional, no es su estilo. —explicó Irene— Es algo más bien del tuyo. Cuando la conozcas verás porqué lo digo.
—¿Qué quieres decir con que es más bien de mi estilo? —Inés levantó una ceja y soltó la mano de Irene, cruzándose de brazos.
—Bueno cariño, hasta que has empezado conmigo, todos pensaban que eras el estereotipo de hetero. No es ningún secreto... —Irene creía que era algo con sentido, pero la cara que había puesto Inés le decía que no iba por buen camino.
—El matrimonio no es algo exclusivamente heterosexual, ya lo sabes. Me sorprende que digas eso. —mantuvo Inés sin cambiar la postura. Se habían alejado ligeramente para poder mirarse.