El calor de un abrazo. Antes de darse cuenta de que estaba despierta, Irene sintió el cuerpo de Inés apretado contra el suyo. En algún momento de la noche habían olvidado sus diferencias y se habían encontrado en un punto medio, cayendo en un abrazo. Se permitió apretarla un poco contra ella, sonriendo al notar el suspiro que se escapó de los labios de Inés. Aún ni siquiera había abierto los ojos, sino que prefería quedarse suspendida en el limbo sintiendo la respiración de Inés contra su pecho. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo de disfrutarlo, porque la otra mujer empezó a despertarse y la burbuja que se había creado estalló.
Inés abrió los ojos lentamente, notando la sonrisa antes de despertarse del todo. Fue un momento antes de la lucidez, un minuto de felicidad perezosa antes de que los recuerdos del día anterior le asaltaran sin su permiso. Su espalda se tensó y tragó saliva. Desde su posición no podía ver a Irene, pero sabía que estaba despierta también. No dijo nada, solo se separó lentamente, aún luchando contra sus instintos más primarios, hasta que se sentó al borde de la cama. Su orgullo era más fuerte que ella.
—¿A qué hora había que estar allí? —preguntó mientras se levantaba, dándole la espalda a Irene deliberadamente. No podía mirarla. Sabía que, si lo hacía, podrían ocurrir dos cosas: o le perdonaba todo, o se derrumbaba. Ninguna de las dos le parecía una buena opción.
La madrileña se giró, buscando un reloj con la mirada, encontrando su móvil como única fuente de información. Tenía un mensaje de Vero, emocionada por su gran día, y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Le entraron ganas de olvidarlo todo y atrapar a Inés entre sus brazos. Levantarla del suelo y decirle todo lo que la quería y lo feliz que la hacía, pero cuando levantó la mirada y vio los hombros tensos de la otra mujer, supo que si lo hacía, sería como chocar contra un testarudo muro.
—A las 5 empieza la recepción, pero Vero me ha pedido ayuda para prepararse sobre las 12. —dijo mientras leía el mensaje. Si hubiera estado mirando a su pareja, habría visto cómo Inés se giraba con expresión de sorpresa.
—Ah, ¿así que no vamos juntas? —preguntó, ahogando la decepción antes siquiera de recibir respuesta.
—Bueno, puedes venir conmigo. Quiero decir, había contado con que vinieras conmigo ya. —aclaró Irene, notando el cambio de expresión de la otra mujer. No tenía que ser adivina para saber que la tormenta aún seguía sobre sus cabezas.
—¿Y no pensabas preguntar? Yo no las conozco. ¿No habías pensado que a lo mejor ella no quiere que esté yo ahí? —Abrió la puerta del armario con un movimiento brusco, negando con la cabeza como si siguiera la conversación dentro de ella. Irene, sorprendida por la reacción y sintiendo los nervios de volver a una discusión, no pudo evitar soltar una carcajada, lo que hizo que Arrimadas la volviera a mirar— ¿Te parece gracioso?
—Inés, estás sacando todo de contexto. Relájate un poco y...
—¿Que me relaje? —la cortó Inés, sin poder creerse lo que estaba escuchando. Había esperado que al despertar Irene se esforzara un poco, que la buscara. Necesitaba sentir que la quería tanto como decía, que la besara sin preguntar. Que la envolviera entre sus brazos y no la dejara salir de la cama sin ninguna excusa. Sin embargo, había ocurrido todo lo contrario, y no sabía cómo manejar lo que estaba sintiendo. Tristeza, enfado, soledad, miedo.
—No quería decirlo así y lo sabes, Inés. No tergiverses las cosas. —suspiró Irene. Aún estaba sentada en la cama, con el móvil cayendo de su mano, ya olvidado, y el pelo todavía despeinado. La marca de las sábanas aún dibujaban líneas inconexas en su mejilla.
—No estoy tergiversando nada. Es lo que has dicho. —Inés cogió lo primero que encontró en el armario con rabia, sintiendo las lágrimas brotar en sus ojos de repente, sin pedir permiso para salir—Haz lo que quieras Irene. Nos vemos en la recepción.