Por lo que respecta a la morfología de las masas, recordaremos que podemos distinguir muy diversas variedades, y direcciones muy
divergentes e incluso opuestas en su formación y constitución. Existen, en efecto, multitudes
efímeras y otras muy duraderas; homogéneas, esto es, compuestas de individuos semejantes, y no homogéneas; naturales y artificiales o necesitadas de una coerción exterior; primitivas y
diferenciadas, con un alto grado de organización. Mas por razones que luego irán apareciendo, insistiremos aquí particularmente en una diferenciación a la que los autores no han concedido aún atención suficiente. Me refiero a
la de aquellas masas que carecen de directores y las que, por el contrario, los poseen. Y en completa oposición con la general costumbre adoptada, no elegiremos como punto de partida de nuestras investigaciones una formación
colectiva y relativamente simple, sino masas artificiales, duraderas y altamente organizadas.
La Iglesia y el Ejército son masas artificiales, esto es, masas sobre las que actúa una coerción
exterior encaminada a preservarlas de la disolución y a evitar modificaciones de su estructura. En general, no depende de la voluntad del
individuo entrar o no a formar parte de ellas, yuna vez dentro, la separación se halla sujeta a
determinadas condiciones cuyo incumplimiento es rigurosamente castigado. La cuestión de saber por qué estas asociaciones precisan de
semejantes garantías no nos interesa por el momento, y sí, en cambio, la circunstancia de
que estas multitudes, altamente organizadas y protegidas en la forma indicada, contra la disgregación, nos revelan determinadas particularidades que en otras se mantienen ocultas o disimuladas.
En la Iglesia -y habrá de sernos muy ventajoso tomar como nuestra la Iglesia católica- y enel Ejército, reina, cualesquiera que sean sus diferencias en otros aspectos, una misma ilusión:
la ilusión de la presencia visible o invisible de un jefe (Cristo, en la iglesia católica, y el general en jefe en el Ejército), que ama con igual amor atodos los miembros de la colectividad. De esta ilusión depende todo, y su desvanecimiento traería consigo la disgregación de la Iglesia o
del Ejército, en la medida en que la coerción exterior lo permitiese. El igual amor de Cristo por sus fieles todos, aparece claramente expresado en las palabras: «De cierto os digo, que encuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis». Para cada uno de
los individuos que componen la multitud creyente, es Cristo un bondadoso hermano mayor, una sustitución del padre. De este amor de Cristo se derivan todas las exigencias de que se hace objeto al individuo creyente, y el aliento democrático que anima a la Iglesia depende de la igualdad de todos los fieles ante Cristo y de su idéntica participación en el amor divino. No sin una profunda razón se compara la comunidad cristiana a una familia y se consideran los
fieles como hermanos en Cristo, esto es, como hermanos por el amor que Cristo les profesa.
En el lazo que une a cada individuo con Cristo hemos de ver indiscutiblemente la causa del que une a los individuos entre sí. Análogamente sucede en el Ejército. El jefe es el padre que ama por igual a todos sus soldados, razón por la cual son éstos camaradas unos de otros. Desde el punto de vista de la estructura, el Ejército se distingue de la Iglesia en el hecho de hallarse compuesto por una jerarquía de masas de este