SENTIMIENTOS OCULTOS 6

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CAPÍTULO 6.

XXX.

Candy llegó al hotel y mientras se duchaba, se percató de que ni siquiera habían usado protección. Estaba tan desactualizada en el tema de relaciones que ni siquiera pensó en ello. Esa noche apenas pudo dormir y al día siguiente, cuando volvió a Boston, compró la pastilla del día después, lo último que necesitaba era un embarazo no deseado y menos del esposo de la amante de su esposo. El solo decirlo se escuchaba bizarro.

Los detectives Morgan y Arrazola esperaron a Linda Jordan a las afueras del gimnasio al que asistió Alice GrandChester hasta seis meses antes de su muerte.

Estaba ubicado en el exclusivo sector de Beacon Hill, el aparcamiento estaba coronado de autos de fina factura. Arrazola miró las diferentes cámaras, las revisaría, tendría que solicitar una orden para hacerlo. La molestia de la mujer cuando los encontró en el aparcamiento fue evidente. Ella se distrajo buscando las llaves en su mochila.

—Señora Jordan —saludó Morgan. Arrazola hizo un gesto con la cabeza.

—Creí que ya habíamos hablado todo —replicó Linda, incómoda.

—Lamentamos importunarla, pero es necesario para la investigación hacer este tipo de visitas periódicas —explicó la detective.

—Lo que queremos saber es si ha recordado algo más. —Morgan fue directo al punto.

—No, no he recordado nada más.

—¿ Sabe si la señora GrandChester tuvo relación con alguna otra persona aparte del señor Moore? —preguntó el detective a mansalva. Ella los miró, sorprendida y algo alterada.

—No, no tengo idea y el hecho de que saliera con Blake Moore no le da derecho a suponer que era una golfa, detective —replicó, evidentemente furiosa.

En ese momento, los policías vieron que un hombre vestido con unas mallas y una camisa sin mangas que dejaba ver sus brazos musculados, se acercaba. La expresión en el rostro de Linda cambió al verlo llegar.

—¿ Pasa algo, Linda? —preguntó el recién llegado, mirando de mala manera al par de detectives.

—No pasa nada, Marco —desestimó ella, con un gesto de la mano.

Arrazola levantó una ceja por el modo en que el hombre los miraba. Desde la primera vez que lo vio le resultó antipático, era el típico muñecón de gimnasio, escultural, rubio y de ojos oscuros.

—Qué bien que llega, porque también queríamos volver a interrogarlo sobre el tiempo en que la señora Alice GrandChester asistió a sus clases. ¿Qué más nos puede decir de ella? El hombre se puso las manos en la espalda.

—Lo que les dije la primera vez, que era buena alumna. —Se quedó unos minutos pensativo. A Arrazola no le gustó el tono en el que pronunció las palabras, como queriendo decir entre líneas otra cosa—. Su marido era un cabrón.

—¿ Cómo? —preguntó Morgan al instante.

—Una vez la escuché discutir con él por el móvil. El detective se acercó más, sin dejar de mirarlo. Linda se volvió hacia él, sorprendida.

—Eso es normal. Todas las parejas discuten —tanteó Morgan.

—El tipo la maltrataba.

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