Hereje

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- La villa entera se encontraba en un caos total. Las viviendas de la clase baja habían sido arrasadas por completo, mientras que las llamas se aseguraban que las de los ricos sufrieran el mismo destino.

- Dioses nuestros... - Comenzaba a rezar frente a una imponente estatua del edificio religioso de la ciudad un hombre robusto que vestía una túnica cuya capucha ocultaba su rostro. A sus espaldas, y también oculto parcialmente por sus prendas, portaba un inmenso martillo de guerra.

Mientras él rezaba, los habitantes de aquella ciudad trataban de salir por dónde pudieran. Sin embargo, las únicas salidas fueron bloqueadas por unos derrumbes previos a los incendios. Debido a ello, algunas personas trataban de escalar con sus propias manos las altas murallas sin llegar a conseguirlo y dando como resultado su caída al suelo, acabando algunos así con su vida. Otros corrían como posesos por la ciudad entre gritos de desesperación suplicando a los dioses ayuda divina sin obtener ninguna respuesta. El resto, o aprovechaban aquellos instantes de caos para saciar sus más inmundos e indeseables placeres sexuales, o adelantaron aquello que les iba a suceder tarde o temprano.

Los cuervos ya estaban arrancando con sus afilados picos la carne y ojos de los caídos, fueran niños, mujeres u hombres. Fueran ricos o pobres.

Todos los edificios, salvo el religioso, estaban bajo las llamas. Los habitantes de aquella villa, ante el nivel de desesperación, comenzaron a insultar a los dioses, a enfadarse con ellos. Por qué, después de toda una vida de culto y dedicación a ellos en carne y alma, ellos les habían abandonado a su suerte ante tal desgracia. Ya no solo fueron esos pocos los que saciaban sus recónditos fetiches, sino que todos los residentes restantes comenzaron a matarse entre sí, hubo violaciones, torturas... Mostrando el lado más oscuro y demoníaco de la humanidad.

- Os pido por favor que consideréis mis peticiones. Gracias, queridos dioses. – Terminó el sujeto de rezar. Detrás de él, se abrieron las puertas del edificio. Un loco, armado con un cuchillo, se acercó por la espalda con intención de acabar con su vida. En un rápido gesto, se giró, lo agarró del cuello y lanzó a su agresor por una ventana. El robusto sujeto se reacomodó e inició la marcha para salir del edificio.

- Disculpe. – Dijo una voz de detrás suya. - ¿Usted es todavía normal cierto? ¿No se volvió loco como el resto no? – Seguía preguntando. El tipo giró su cabeza y vio que era el jefe sacerdotal, un viejo bajito y con una canosa y poblada barba.

- No, no soy cómo ellos. – Respondió finalmente el portador del martillo.

- Menos mal. – Suspiró aliviado. – Parece que los dioses no me han abandonado después de todo. – Se acercó tranquilo a su salvador. - ¿Cómo saldremos de esta ciudad? – Preguntó una vez que llegó a su lado.

- Nos abriremos paso. – Dijo el encapuchado sacando su martillo.

- Ese mazo... - Susurró el anciano. – Me recuerda a algo. – Aquella arma no era un mazo cualquiera, múltiples pequeños detalles inapreciables desde su perspectiva destacaban a lo largo del mismo. – Bueno, es igual será mi imaginación. – Añadió restando importancia.

- Será lo mejor. – Replicó el otro. – Hay muchos, vamos a necesitar que uno guíe al otro desde una perspectiva aérea. – Añadió acercándose a una ventana y viendo como en el exterior el caos no cesaba.

- ¿Cómo vamos a hacer eso? – Preguntó confuso el anciano antes de ser golpeado por aquel que él creía que le iba a salvar contra una pared y ser su caja torácica aplastada por un poderoso golpe del mazo.

- Ve junto a tus dioses y me indicas. – Dijo levantando su arma de los restos del sacerdote. – De paso pregúntales por qué no os protegieron de mí. – Añadió en un tono sarcástico. Sin más molestias, volvió a esconder su arma en sus ropajes y se dirigió a la salida. – ¿Se siente bien el ser abandonado cierto? – Sonrió bajo la penumbra de su capucha mostrando unos afilados y gruesos incisivos. – Con dioses o sin ellos, sois débiles. A mí ni se me pasó por la cabeza lo que vosotros habéis hecho aún sin tiempo a pensar en rendiros. – Cerró los ojos, suspiró y volvió a abrirlos. – Disfrutad del viaje hacia el más allá, desgraciados. – Concluyó dando la espalda a la masacre que había producido y marchándose del lugar.

HerejeWhere stories live. Discover now