Parte 1 La mudanza

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Cierro con llave la puerta de mi casa. Técnicamente ese lugar ya no me pertenece, el contrato de alquiler había terminado y todos mis muebles y efectos personales están prolijamente embalados y guardados en el camión de mudanza a mis espaldas. Pero es que tantos recuerdos me atan a ella, cada rincón, cada recoveco, cada mancha, cada ventana, me hacen sentir que este lugar es mío.

Lucho porque no se me escape una lágrima. Llorar en público es lo único que falta para que este día termine siendo el peor, y más si me ve el chofer del camión, que ya no está contento conmigo por haber tardado tanto en salir.

Doy un vistazo más a aquel lugar que llame mi hogar y sigo adelante.

El camino hacía mi nueva casa se hace largo. Manejo detrás del camión que lleva mis pertenencias. Esto sería más fácil si estuviera acompañada, pero el solo hecho de pensar que no lo estoy hace que muchas emociones salgan. Supongo que es lo que pasa cuando llevas mucho tiempo reprimiéndolas, reaparecen con fuerza en los momentos de debilidad. Si solo estuvieran acá acompañándome.

Llego al lugar al cabo de unas horas. Ciudad nueva, casa nueva, vida nueva. Si quiero seguir adelante necesito esto, borrón y cuenta nueva, por lo menos es lo que todos me recomendaron. No es que no lo hubiera pensado antes, pero es que es tan difícil cambiar lo que uno conoce, lo que se siente cómodo, por algo desconocido. Una parte de mi sigue sintiéndose completamente aterrada, pero la otra, que por suerte es la que más fuerza tiene, está entusiasmada y feliz. Por primera vez en mucho tiempo puedo decirlo, estoy feliz. Una sonrisa, la primera verdadera sonrisa que tengo en mucho tiempo, se dibuja en mi rostro.

La casa es tal cual la mostraban en las fotografías que vi hace unas semanas en la página de la inmobiliaria. De un piso, dos habitaciones, un living-comedor y un patiecito en la parte de atrás. Se nota que es antigua, pero tiene ese encanto que solo las casas viejas tienen, y que a mí me encanta. Bajo las cosas, pago la mudanza y me siento en el recién ubicado sillón a descansar. El cansancio por fin me gana y, al rayo de sol que entra por la ventana, me quedo dormida.

Abro los ojos. Sé que estoy en un sueño, puedo sentirlo. La casa está tal cual estaba antes de dormirme, la única diferencia es que no están mis cosas, pero no me preocupo, porque en el fondo sé que no pertenecen a la escena que estoy viendo. Un joven parado junto a la puerta de la cocina llama mi atención, por su ropa puedo notar que es de otro tiempo, probablemente de principios de siglo XIX. Su rostro esta inexpresivo. Sus ojos, negros profundo, están mirando una carta que sostiene en la mano. No sé qué dirán esas palabras, solo sé que cuando termina de leerlas, sus ojos, esos ojos que por alguna razón no puedo dejar de mirar, se llenan de lágrimas. No puedo evitar sentir tristeza por él. Me siento identificada en cierto modo. Hay algo en él que me recuerda lo que sentí hace un tiempo, lo que hace que mi corazón se encoja y suelte un gemido de tristeza.

De pronto mi corazón se detiene. Él me escuchó, y ahora se encuentra mirándome fijamente. La carta que antes sostenía en la mano, está tirada en el piso. Sus ojos negros volvieron a la inexpresividad que tenían antes, y siguen fijamente clavados en mí. De pronto siento vergüenza, de que haya notado que observaba un momento que era claramente íntimo. La luz en la habitación comienza a cambiar, una tonalidad anaranjada inunda todo. El calor comienza a subir, y antes que me dé cuenta estamos los dos rodeados de grandes llamas que consumen todo. Lo último que veo es la carta en el suelo reducida a cenizas, y sus ojos negros mirándome. Ahora sé porque no los puedo dejar de mirar. En el medio del incendio, parecen carbón ardiendo.

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⏰ Last updated: Sep 21, 2019 ⏰

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