¿Permiso De Quién?

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   Las risas resonaban por todo el lugar, esparciéndose en forma de eco hasta perder fuerza, siendo reemplazadas por nuevas carcajadas u opacadas por las estridentes melodías de una canción con ritmo latino. Las pocas personas, posiblemente contadas, en el escenario reían al son de los diferentes movimientos de cadera que generaba el centro de atención, sin tintes de mofa. Emilio descarga todas sus energías en dar una buena presentación con sus pasos de baile, robando más de una sonrisa, o un grito, a los espectadores. Da una vuelta y regresa al centro de la pista, apegándose a su compañero. Juntos sostienen un solo micrófono, juntando sus frentes y tocando la punta de sus narices; las letras de la composición musical salen por inercia y al unísono, encantando hasta a ellos mismos. No se mueven por un lapso de tiempo. Respiran el vapor tibio del otro. Sonríen sin poder evitarlo. Si no fuese por toda la bulla, ahí mismo se oiría perfectamente el palpitar de sus corazones. La canción termina y ellos no dejan de mirarse.

   "¡Ya bésalo, Chingada madre!" Se puede escuchar entre los gritos de las fanáticas, con esos y más mensajes alusivos al contacto físico que hacían a todas enloquecer. Ríen bajito, les encantaba la emoción que sus seguidores demostraban.

   La presentación de "Aristemo" estaba concluyendo.

   ───¿Quieren beso?— Pregunta Emilio, recibiendo un codazo por parte de Joaquín por preguntar lo obvio. El masivo "Sí" confirma lo que ya sabía. No era la primera vez que se besaban fuera de set, pero siempre era una hazaña que causaba revuelo. Juega con los sentimientos de las personas unos minutos, en afán de juego en un principio. No tenían indicaciones de besarse o algo por el estilo, mas tampoco era como que siguieran al pie de la letra las reglas, a veces podían dejarse llevar por el momento y crear situaciones tanto entretenidas como satisfactorias.

   Joaquín no dice nada, haga lo que haga Emilio, le sigue la corriente, pues se divierte viviendo la vida. No se da cuenta cuando se encuentra ensimismado en la mirada de su compañero de cabello rizado, creando la sensación de piel crispada bajo los atuendos llamativos que trae puestos. Emilio lo toma de los hombros y lo acerca a él. Oh, al parecer cedió a los caprichos del público. Igual, no se queja ni se aleja. Cierra los ojos esperando un leve toque en sus labios, mas éste nunca llega. Los fauces del contrario pasan por su frente, sus parpados y pestañas, mejillas, la punta de la nariz y finalizan en un breve segundo de las comisuras. Lo comprende, dar besos por aquí y por allá a la larga podría ser perjudicante. Cuando sus ojos se abren, nota el grado de inclinación en el que ambos se metieron, a una distancia nada prudente y con un cosquilleo en los labios. Arruga las prendas en potestad de Emilio por el nerviosismo, su labio inferior comienza a temblar y siente sus cara arder en la escala de rojos. Tan cerca, tan deseoso y tan tentador...

   Los exclamos abatidos de todos se alzan como un coro ensayado, en símbolo de desilusión cuando el posible beso Aristemo es interrumpido por ellos mismos.

   Sin remordimiento, se despiden alegremente de las fans, prometiendo regalar abrazos en la firma de autógrafos que se daría esa misma tarde en unas horas como recompensa.

   El telón baja, las luces cegadoras se filtran por algunos huecos en las cabinas y los ruidos clamando sus nombres prosiguen. Y en medio del movimiento, ellos logran desaparecer por un instante en el mundo. En algún escondite, o tal vez en otro mundo, ellos se regalan esos dulces roces que se sabían dar entre ellos. Ni tan provocadores, ni tan inocentes; besos simples y sedientos. De esos que sólo se dan cuando la ocasión se da por sí sola. Con ligeros movimientos de cabeza, pasando de un labio a otro, tocando en fracciones de segundo la lengua del otro, con mordidas juguetonas y cariño en cada contacto; con un calor reconfortante, uno que te hace suspirar y ver estrellas, un abrazo acogedor y familiar, conocido y fugaz, estremecedor y sensible. Se encarcelan mutuamente, en una tímida insinuación. El embriagador perfume los envuelve. Los suspiros, respingos, chasquidos y demás sonidos sordos se les escapan. La lluvia de besos no se detiene, recuperando aire para volver a sumergirse. El temblor en sus ojos los hace abrirlos, encontrándose con la mirada del otro, llenas de fulgor, con planes recíprocos. Por alguna razón, ver al otro con el mismo anhelo los incita a propasarse más. El contacto labial aumenta vehemente, triturando la delicadeza para pasar a la fogosidad; mucho más atrevidos, coquetos, decididos, afectivos, magnéticos, más, más, más... Más de ellos mismos.

¿Permiso De Quién? °|Emiliaco|°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora