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El hombre se miró al espejo analizando su aspecto. Era joven, si resultaba bien o mal parecido no lo sabía. Nunca le había tomado importancia. Hasta que lo vio a él. Entonces empezó a cuestionar todo, mejor dicho, aquello que antes no le interesaba se volvió vital y desde el conflicto en tres direcciones pasaba más horas frente al tocador jugando con su cabello y ropa, trataba de verse decente –aunque definitivamente nunca iba a estar a la altura–, pero al final terminaba en la oficina con su atuendo de siempre. ¿Qué se podía esperar? Lo había escogido porque era cómodo; sin embargo, a menudo el confort estaba peleado con el último grito de la moda. Si bien, podía usar traje –el único que tenía pronto sería obsoleto–, sólo lo aguantaba por un día, más de eso resultaba insoportable.

     Soltó un suspiro cansado, como anhelaba las épocas pasadas, la calma y la placidez de sus días antes de caer en las redes de él, pero esquivar el iceberg fue imposible y se hundió. Era patético. Él jamás se fijaría en su persona, es decir, él era él. No había mejor forma de describirlo, él brillaba en la cima del mundo, nadie se le comparaba; su dulce sonrisa –igual a la de una esfinge a punto de matarte– lo cautivó con sólo un vistazo durante su primer encuentro. La segunda vez que lo vio arriesgó su vida –desafiando la lógica– para pasar tiempo con él, tiempo que de otra forma jamás obtendría y descubrió, mejor dicho, confirmó lo maravilloso que era.

     El timbre de la entrada sonó, rápidamente desbarató su peinado y colocó su gorra sobre sus cabellos azabaches, dio una última mirada a su reflejo deteniéndose en las espinillas, los labios partidos y su cutis ligeramente grasoso hasta detenerse en sus ojos verdes, los cuáles le miraban decepcionado. Era el mejor detective del mundo, del universo mismo, ningún crimen podía resistírsele, además, era un experto en dulces, su paladar era exquisito, las jaleas más finas tenían su sello de aprobación; los pasteleros contenían el aliento al verlo probar sus creaciones; incluso tenía la capacidad para diferenciar sabores artificiales de los naturales... pero eso no le servía de nada. Sólo era un niño jugando, el consentido del presidente, el hermanito menor de la agencia a pesar de tener casi treinta. Él nunca se fijaría en su persona como un hombre porque estaba lejos de ser considerado uno mientras él era asombroso.

     –¡Rampo! –llamó Yosano desde afuera.

     Con un último suspiro salió de su casa y cerró con llave la puerta antes de seguir a su querida amiga, la cuál no tardo en cuestionarlo.

    –¿Qué pasa? Llevas días con el ánimo decaído. Ni siquiera me has pedido tu pastel mañanero y mira que lo compré en tu tienda favorita.

     –Oh, gracias –murmuró el azabache mientras tomaba la rebanada y empezaba a comerlo, mientras el sol se alzaba lentamente sobre ellos–. Oye, Akiko-chan, ¿crees que soy lindo? –preguntó suavemente cuando se detuvieron frente a un semáforo. Si alguien podía ayudarlo era ella.

     La mujer se volteó a verlo confundida. No la culpaba. Hasta ese momento su único amor habían sido los dulces y nada más.

     –¿Algo te preocupa? –no era una pregunta.

     –¿Eso es un no? –si podía evitar explicar los detalles de su absurdo enamoramiento lo haría. No quería quedar en ridículo, ya tenía suficiente con ser un ordinario humano sin habilidades excepcionales.

     –Depende –dijo Yosano reanudando su camino–. Objetivamente tus rasgos son lindos, el contraste entre tu cabello y ojos es misterioso, si aceptarás ir conmigo de compras podría recomendarte un buen exfoliante o incluso un shampoo para aumentar el brillo. Si eres una persona superficial, con eso sería suficiente... pero mereces a alguien capaz de mirar más allá de lo físico. Eres un compañero leal y amable, más fuerte de lo que se ve a simple vista...

ÄngelKyssWhere stories live. Discover now