— ¿Otra vez tú por aquí? —Repitió el examinador, exhausto de ver aquella cara tan familiar a esas alturas—. Parece que todavía no aprendes.
Posaba firme el muchacho, frente al banquillo de madera, en el que el supervisor, el alcalde de aquel pueblo y aquel mismo hombre que había alzado su voz para tratar de disuadirle de aquella persistencia tan poco fructuosa hasta aquel entonces.
Cabía destacar que el alcalde y el supervisor, mantenían una conversación entre ellos desde que vieron al joven hacer su aparición. Lo conocían perfectamente y no esperaban demasiado desde que entró por la tela de aquella pequeña tienda de campaña. El bullicio del exterior, propio de todo campamento militar temporal, rezumaba el tenso ambiente tan propio de la guerra:
Discusiones acaloradas sobre los recursos disponibles, hombres de logística discutiendo con hombres de acción acerca de los planes para futuras maniobras y sus posibilidades... Y sin embargo, una cola de futuras promesas para incorporarse a las filas del ejército imperial, esperaba pacientemente a la entrada de aquella tienda en concreto.
Leo, el chaval que a sus veinte años ya había recibido la negativa para entrar en el ejército en aquellos cuatro años estación tras estación, apretó su puño lleno de impotencia una vez más, su cuerpo estaba entrenado, su mente más de lo mismo. Sus cabellos negros y lacios, caían sobre su frente y hombros, empapados en sudor. El relucir azabache de su flequillo, hacía que sus ojeras fuesen disimuladas, aunque de forma escasa.
Tanto tiempo esforzándose, practicando a solas en la oscuridad de su hogar, desperdiciados para nada. Tan solo paraba sus entrenamientos para dormir, comer y trabajar en la taberna que su padre, desde que su madre había muerto por una enfermedad de los pulmones, llevaba en solitario.
— Mira, ya te he dicho que el imperio no acepta a gente sin poderes como tú entre sus filas. —Aquello fue expresado con un tono colmado en altanería, por supuesto, un oficial del ejército como era el que en aquel momento examinaba a Leo, no era una excepción—. Así que, si eres tan amable, vete de una vez y no vuelvas jamás. ¿Lo entiendes o no...?
Las esperanzas se resquebrajaban al mismo ritmo que las hirientes palabras de ese hombre entraban por sus oídos y retumbaban en su mente, como un martillo de herrero en su debido yunque.
Mas una voz repentina, cortó el tenso ambiente que formaba aquella tienda.
Con ropajes marrones de los pies a la cabeza, desde sus calzas hasta su chaleco, sombrero picudo de tono rojizo, marcaba su posición a la perfección.
— ¡Capitán de la escuadra número quince, Alvain Hoc! ¡Alvain Hoc! ¿Es usted Alvain Hoc? —Espetó aquel mensajero, interponiéndose entre Leo y el oficial recién nombrado, haciéndole sombra de tal manera que su presencia, se haría insignificante.
El capitán, que había estado ocupado echándole la regañina al aspirante a soldado, suspiró de la misma forma que dejaría que su gruñido, sirviese de respuesta.
— Chico, ve afuera y avisa al resto de la fila, para que esperen. —Añadió el capitán.
No había forma alguna de que protestase, si lo hacía, si perdía la compostura, estaba seguro de que ni por asomo conseguiría unirse a las filas del ejército. Pero, de todos modos, ¿Siquiera iba a entrar en alguna ocasión?
— Si... Capitán. —Resignado, aceptó su petición el rechazado en cuestión, acatando su orden y saliendo de aquella tienda—. Esperad un momento, están ocupados ahí dentro.
Quizá era el momento para que Leo se fuese a su casa de vuelta y volver a entrenar un año más hasta que aquella gente volviese y se arrepintiese de no convertirlo en un nuevo soldado. Pero, por algún motivo se le hacía más práctico esperar ahí. Tal vez se tratase de una esperanza vana en sus posibilidades. Si ese mensajero traía una información tan importante como para interrumpir una sesión de reclutamiento.

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His Sorrow/Happiness and friendship
FantasyAntiguamente conocida como la Gran Nación, el imperio de Vandra se mantiene en su posición como el territorio más grande en el gran continente a base de tener a los mejores soldados entre sus filas. Leo y Mae, jóvenes de dos villas lejanas a la capi...