FAVORES III

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Tras preguntarle por qué la puerta se encontraba abierta cuando salió de la ducha él se quedó un momento en silencio, y luego respondió:

- No quería molestar, pero ahora estamos casados. Hay que romper algunas barreras.

- ¿Me has espiado porque estamos casados? Tengo diecisiete años... - le dijo mirando la camisa que llevaba puesta.

- No miré nada. Abrí la puerta para que supieras que no hay por qué cerrarla - respondió firmemente.

María no podía creer lo que escuchaba. No sabía si iba con segundas intenciones y quería decir entre líneas que deseaba mantener algo más que conversaciones o simplemente lo hacía como broma. Ya no tenía claro cuál de esas dos facetas estaba usando. Él se puso a mirarla de nuevo.

- Oye, ¿no te parece que el ancho de esta mesa es grande como para que comamos así? - preguntó sonriente.

Acababa de decir que quería verla desnuda y sacó un tema totalmente distinto. Era tan espontáneo que hacía gracia. En el fondo María sentía algo, algo que no quería sentir, y ella sabía que haría todo lo posible para que ese sentimiento muriera tarde o temprano.

- ¿Por qué dices eso? - preguntó ella.

- Me recuerda a comidas antiguas, ahora hemos cambiado, la gente es más cercana, ¿no crees? - le dijo riéndose.

- ¿Quieres sentarte al lado?

- Gracias por preguntarlo, sí, me has leído la mente- respondió él entre risas.

Se levantó y movió todo para sentarse al lado de María. Ella no podía evitar reírse, le hacía gracia su carácter tan extraño. No acababa de entenderle del todo, y eso era lo que le atraía, esa personalidad impredecible.

Mientras seguían comiendo empezó a contarle a María que le gustaba pintar jarrones, porque en algún sitio tenía que poner las flores que cortaba de su jardín. Era curioso que a un hombre tan agresivo le gustasen cosas tan pacíficas y tranquilas. Entonces él le gastó varias bromas a ella. Ambos reían. Y en una de esas bromas él apoyó su mano en la pierna de María, llevándola ligeramente hacia la entrepierna. Ahí María cortó la risa y se levantó de un salto.

Le miró con cara de asco y se fue al jardín. Se sentó en aquel banco de madera y cruzó los brazos. Bernardo cuando supo dónde se dirigía fue detrás de ella, sin decir nada. Se sentó a su lado, y sin mirarla le dijo:

- Cualquier marido tiene necesidades, entiéndelo.

- Pero tengo diecisiete... puedo ser tu hija, es repugnante - respondió ella con cara apenada.

- ¿Entonces por qué me sonríes? - respondió en un tono elevado mirándola fijamente - ¿Quieres dejar de hacerte la difícil? ¡Algún día morirás sola por no querer demostrar lo que llevas dentro!

Al levantarse le dio con la mano abierta en la pierna, lo suficientemente fuerte como para dejarle marca y hacer que sienta un pequeño escozor. María lloraba. Echaba de menos a sus padres, y cada vez sentía que le querían menos. Quería volver a su casa, a su vida. Se arrepentía de no haberse escapado el día antes de su boda, de no haber intentado huir. Ahora no había vuelta atrás, no lo conseguiría. Tal vez por miedo, pero no lo quería intentar.

Se pasó toda la tarde en el banco, llorando, pensando en su casa, su familia, sus estudios perdidos... No tenía a nadie ni nada por lo que seguir. Los sentimientos que forjaba con Bernardo eran demasiado intermitentes, y eso le provocaba una sensación de pánico bastante exagerada.

Unas horas después comenzó a hacer fresco, y la brisa del anochecer rozaba sus piernas descubiertas. Empezó a tener frío así que entró. Como no quería dormir con él fue al sofá. Al entrar se sintió sola. Era una habitación muy amplia y al no ver a sus padres en cada rincón de esa casa se sentía vacía. Así que subió arriba, y con cierto miedo abrió la puerta de la habitación. Bernardo estaba allí, durmiendo en la cama. María se tumbó a su lado, se tapó y se quedó observándole. Se dio cuenta de que en la habitación olía a vainilla, y era porque antes de dormir él volvió a encender las velas.

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⏰ Última actualización: Sep 25, 2019 ⏰

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