Se podría decir que te debo la vida... No me mires así, querías una historia para dormir y te entregaré la mejor... Ahora déjame continuar...
Se podría decir que te debo la vida, tú tenías cuatro años cuando mi madre acompañó a su mejor amiga al parque, porque su hijo debía jugar y ahí estabas tú con esos grandes ojos verdes y esa sonrisa que es capaz de conquistar al mundo, preguntabas cosas sin sentido interrumpiéndoles la conversación una y otra vez, para ti era demasiado importante saber por qué los caracoles se arrastraban o por qué las hojas de los árboles caían cuando se ponían de color café... Claro que debía ser importante para ti, estabas descubriendo el mundo, pero ellas tenían cosas serias que debían hablar y agotaste la paciencia de tu madre logrando que te regañara y te enviara a jugar un poco más lejos... Tú lloraste pero obedeciste.
Mi madre se mantuvo mirándote mientras estabas sentado en medio de la hierba y cuando volviste a sonreír ella pensó que habías olvidado el asunto, sin embargo, arrancaste una flor que estaba frente a ti y se la regalaste a tu madre diciéndole que la querías, esa fue la prueba que hizo que mi madre supiera que el amor incondicional existía y desde ese momento supo que quería un hijo. Cuatro años después ya no te sentabas sólo en el jardín, ahí estaba yo haciendo las mismas preguntas sobre el mundo, pero pidiéndote a ti las respuestas... Mamá ríe cada vez que lo recuerda, dice que yo te miraba como si fueras mi héroe y tú me respondías como si tuvieras gran experiencia en las cosas. Supongo que te admiro desde entonces. Yo tenía tres años y tú ocho, a esa edad papá ya nos había dejado, mamá dice que me aferré a ti convirtiéndote en mi mentor, pero tú ni siquiera habías conocido a tu padre, así es que te tocó descubrir muchas cosas por tu cuenta, éramos vecinos y nuestras madres trabajaban muy duro, pasamos juntos toda nuestra infancia al cuidado de una niñera que nos pagaban a medias. Crecí sintiéndome seguro de que tú tendrías todas las respuestas que necesitaba mientras tú debías encontrar las tuyas por ti mismo, creo que por eso estabas tan feliz cuando a los diez años conociste al primer novio que tu madre se atrevió a traer a casa, él quería agradarte y lo logró, pronto lo convertiste en tu mejor amigo y héroe personal, solías llegar a mi casa para hablar de todas las fantásticas cosas que hacías junto a él, eso ya lo recuerdo sin que me lo digan, sentía envidia, tú tenías un padre y él toda tu atención, sentía tanta rabia que en las noches antes de dormir, pedía una y otra vez que se fuera, que ya no lo quisieras más ... Lamentablemente, un año después fui escuchado... Llegaste a mi casa con tu cara golpeada, llorabas sin parar y le dijiste a mi madre que pidiera ayuda, pues también había golpeado a Anne, tu madre. Esa noche la pasaste en mi cuarto, tenías tanta pena que pensé que nunca más te vería sonreír, me sentía tan mal de verte así, tan horriblemente culpable, que me juré no volver a desear que algo malo pasara, porque te quería demasiado y me dolía más verte llorar a mi lado, que verte reír desde mi ventana... Ese día aprendí que el egoísmo y el amor no deben jamás tomarse de la mano.
Al poco tiempo conociste un segundo novio y volviste a ilusionarte, esa vez preferí mirarte jugar con él desde mi ventana y rogar porque mi mamá conociera un novio también... Extrañaba a mi mentor y pensé que si mamá conocía a alguien podría sustituirte como tú lo hacías conmigo.
Unos meses después, mamá me dijo que irías a dormir a mi casa, estaba feliz, si bien jugábamos algunos ratos en el día cuando no estaba el novio de Anne, extrañaba pasar más tiempo contigo, hice una infinidad de planes, saqué mis legos, mis autos y unos juegos de mesa, ibas a divertirte tanto conmigo que no querrías irte jamás, pero cuando llegaste estabas callado, te pregunté si algo malo había pasado y no respondiste, cuando estuvimos en mi cuarto simplemente te acostaste en el suelo, cruzaste tus brazos detrás de tu cabeza y apoyaste tus talones en el marco de mi ventana.