Capítulo 17: «Deje sus emociones en la puerta, por favor».

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Perrie iba vestida de manera informal, con pantalones y una blusa blanca escotada. Estaba guapísima, tan preciosa que Jade tuvo que respirar profundamente para llevar aire a sus pulmones.

—Bonito vestido —sonrió.

—Gracias.—

Jade se permitió un momento de fantasía en el que Perrie era su novia y planeaba un futuro con ella y con su hijo.

Pero enseguida borró esa absurda visión. Durante los últimos diez años había borrado esa visión bastantes veces, de modo que tenía práctica.

La realidad, su realidad, era un conveniente y práctico acuerdo.

Era absurdo esperar algo más. Además, se sentía increíblemente agradecida por su ayuda. Era la mejor, tal vez la única, oportunidad de ser madre.

—Algo huele muy bien.—

—Espero que sepa bien. Vamos, entra.—

Había decidido que cenarían en la cocina, esperando que la simplicidad de la decoración rústica la ayudase a permanecer serena.

Pero ese plan se había ido por la ventana porque estaba de los nervios.

—Siéntate, Perrie —le dijo, señalando una silla frente a la mesa de pino—. Puedes abrir el vino si quieres. Yo voy a ver cómo va la lasaña.—

Jade abrió la puerta del horno. «Concéntrate en la comida».

Y se le encogió el corazón. No, no, no.

La tarta de crema, que debía de ser tan suave como la seda, tenía grumos, como unos huevos revueltos.

Y la lasaña tenía aún peor aspecto. ¿Cómo podía haber pasado?

Su lasaña era una obra de arte cuando la metió en el horno; una sinfonía de capas: queso cremoso, salsa de Tomate, pasta con Tomates rojos y carne guisada.

Ahora el queso había desaparecido misteriosamente y las preciosas capas estaban secas y de color parduzco, encogidas como si fueran cartón arrugado...

Era un desastre total.

—No me lo puedo creer —murmuró, deprimida. Había estado horas y horas haciendo la lasaña y en ese momento no había manera de salvarla.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Perrie. Intentando controlar las lágrimas, Jade se volvió.

—No lo sé. He seguido las instrucciones del libro de cocina— suspiró, poniéndose los guantes para sacar la bandeja—. Pero tiene un aspecto asqueroso.—

—Seguramente sabrá bien —dijo la rubia galantemente. Jade tenía ganas de llorar.

—No sabes cómo lo siento —se disculpó—. Pero han abierto una pizzería en el pueblo, deberíamos ir allí.—

—No, no te preocupes. Seguro que está rica.—Con las manos en las caderas, Jade miró el horno.

—No puedo creer que me haya gastado tanto dinero en un horno nuevo para esto.—

—Seguramente tendrás que acostumbrarte —dijo Perrie, mirando los mandos.

Jade siguió la dirección de su mirada y sólo entonces se dio cuenta de que los mandos eran diferentes de los del antiguo horno.

—¡Maldición! He puesto el grill en lugar del botón para hornear.—

Había estado distraída, ése era el problema. No dejaba de pensar en la razón de la cena y la falta de concentración había arruinado sus esfuerzos.

Pero entonces empezó a reírse. Estaba tan tensa, tan desesperada por hacerlo bien que ahora sólo podía reírse a carcajadas.

Era eso o llorar y no pensaba llorar.

Perrie le pasó un brazo por los hombros en un gesto afectuoso y la risa desapareció como si hubiera apretado un botón.

—Bueno... —consiguió decir intentando recuperar la compostura—. Si vamos a probar este desastre, será mejor que ponga la mesa.—

Perrie abrió la botella de vino y lo sirvió en dos copas mientras ella sacaba la ensalada de la nevera. Al menos la ensalada tenía buen aspecto, pensó. Luego tomó un cuchillo para cortar la lasaña y le sorprendió que se cortara tan fácilmente, sin perder la forma. Y por dentro tenía buen aspecto. En fin, era algo.

—Ya te dije que sabría bien —sonrió Perrie después de probarla.—

Y era cierto. El interior de la lasaña no se había quemado.

Después de tomar un sorbo de vino, Jade empezó a relajarse un poco.

—¿Has rescatado alguna serpiente más?— Jade negó con la cabeza.

—No, pero he descubierto quién la dejó en mi puerta.—

—¿Quién?—

—Uno de los profesores del instituto. Por lo visto, la atropelló con el cortacésped sin darse cuenta. Va a cuidar de ella durante una semana, hasta que esté curada del todo, y luego la soltará cerca del río.—

Siguieron charlando un rato sobre el trabajo de Jade y ella le dio la buena noticia de que la patera no se había extendido como temía.

—¿Qué has hecho tú? Me han dicho que te han visto con las ovejas.—

—Ah, veo que las noticias vuelan en South Shields.—

—Vi a tu padre en el pueblo el otro día y parecía muy contento. Me dijo que no habías olvidado nada.— Perrie se encogió de hombros.

—Me alegro de que esté contento.—

—Ya te dije que se te daban bien los animales.—

—¿Ahora estás intentando convertirme en granjera?—

—No, no —sonrió Jade—. ¿Has seguido buscando trabajo?—

—Tengo una entrevista en la universidad de Armidale la semana que viene.—

—Buena suerte —dijo ella. Aunque sabía que no se quedaría en South.

—Gracias.—

Perrie se sirvió un poco más de lasaña, pero Jade estaba tan tensa que no podía comer. No sabía si debía ofrecerle el postre, pero la rubia insistió en probar las natillas y la piña y le aseguró que estaban riquísimas.

—Eres muy amable. En fin, al menos tenía todos los ingredientes...—

—Y eso es lo que cuenta.—

Algo en su forma de decir la frase hizo que Jade se preguntara si estaba hablando de algo más que la comida. Y las mariposas en su estómago se volvieron locas.

En un mundo perfecto, la gente concebía niños por amor, pero aquella noche Perrie y ella iban a concebir uno, si tenía suerte, por amistad.

«Deje sus emociones en la puerta, por favor».

No sabía si ella podría hacerlo, pero si quería un hijo, tendría que fingir que aquello era normal.

Las cigarras cantaban sin parar, como hacían siempre al caer la tarde, creando un coro ensordecedor mientras se llamaban las unas a las otras. Jade inclinó a un lado la cabeza.

—Esas cigarras son como nosotras.—


Suuuup brooooo!

Torbellino de confetti y romance || Jerrie ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora