Génesis

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Yacía sentada en aquella habitación iluminada tenuemente por una lámpara de luz azulada. Tomó una carta con delicadeza para así colocarla suavemente sobre la mesa aterciopelada. Mabel observó la imagen que ahora le mostraba atentamente. El tres de espadas. Un corazón atravesado por tres espadas y en su fondo una tormenta con nubarrones. Frunció el ceño al ver la imagen sabiendo que podía significar traición, ruptura, dolor por separación de alguien querido y por sobretodo, el pesado manto de la soledad.

Mabel bufó en señal de molestia para adentrarse en sus pensamientos. No le sorprendería la traición de nadie realmente, después de todo ella tenía varios enemigos que darían lo que fuera por arrebatarle el poder que tanto le había costado conseguir; todos eran capaces de traicionarla, de hacerla caer... todos menos su hermano.

–¿Hace cuánto tiempo es que empezamos con esto?– musitó Mabel al viento cerrando sus ojos con pesadez.

Su infancia yacía marcada por cicatrices físicas y emocionales. Su madre los había abandonado a muy temprana edad para dejarlos con un padre alcohólico y tirano. Recordaba los días en la escuela, en donde eran foco de burlas y bromas crueles por sus compañeros al no tener el mismo poder adquisitivo que sus contrapartes. Libros hechos pedazos, escritorios marcados con palabras de muertes y diversos insultos, objetos preciados destruidos o robados, y por sobre todo los abusos de sus preciados compañeros. ¿Cuántas veces no había terminado encerrada en un casillero? ¿Cuántas veces no habían derramado bebidas o arrojado basura sobre su ropa de tercera mano?

–Todos merecían morir...– masculló apretando un puño con fuerza, clavando su mirada a la carta frente a ella. Tomó otra carta para esta vez sacar el símbolo de la telepatía. Una estrella de cinco picos de trazo continuo. El rostro de su hermano vino a ella –Excepto tú– murmuró.

Aún recordaba como su hermano siempre salía a su rescate. Recordaba las tardes en que ambos caminaban en silencio mientras ella sollozaba todo el camino a casa. Dipper siempre tomaba su mano con fuerza a manera de consolarla para únicamente decirle: "Recuerda que una vez que lleguemos debes de dejar de llorar" murmuraba a suave voz. Mabel asentía tristemente continuando su silencioso camino. A diferencia de ella, Dipper parecía no ser afectado por nada desde que su madre se había marchado cuando tenían apenas 5 años. Una vez su madre los abandonó, Dipper perdió su sonrisa, su enojo o cualquier otra cosa que demostrara que era un ser viviente... y ella se acostumbró a eso, una cualidad que en su momento envidió fervientemente.

El regresar a casa era más amargo que la ida a la escuela del día siguiente. Un padre que tomaba más de la cuenta y que adoraba los castigos físicos por sobre sus hijos. Dipper siempre se interponía entre el grueso cinturón de cuero y ella, para así recibir la peor parte. Un ciclo interminable de pesadillas de una vida injusta y cruel... o al menos así fue hasta que un día Dipper encontró algo que cambiaría su vida para siempre.

Para sus 10 años, Dipper se había vuelto un fanático de los libros de ocultismos leyendo cientos y cientos de estos; Mabel, por su parte, se había visto interesada en el extraño pasatiempo de su hermano por mera curiosidad, después de todo, ambos compartían una pequeña habitación y sus libros tendían a estar en casi todas partes. Sus libros favoritos eran aquellos que hablan sobre el poder de doblegar la voluntad de otros, pero nunca habían pasado de hermosas fantasías y sueños de destrucción y control, al menos hasta que un día Dipper encontró un interesante diario con el número 2 grabado enfrente sobre una mano dorada. Para su quinceavo cumpleaños las cosas empezarían a cambiar y pronto, todo aquel que alguna vez osó en lastimarla sufriría su ira.

–Will– murmuró esbozando una sonrisa retorcida.

Un triángulo azul de un solo ojos apareció ante ellos luego de hacer un pequeño ritual y pronunciar las palabras en aquel desgastado diario. Un ser de poderes inimaginables que podría convertirlos en dioses en la tierra. Ambos hermanos se vieron a los ojos cuando el tímido triángulo apareció, esbozando así la primera sonrisa en varios años. Gracias a los bastos conocimientos de las artes oscuras que ambos poseían, lograr encadenar a Will a ellos había sido un simple juego de niños.

GénesisWhere stories live. Discover now