Parte 2

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—Aquí, chicos —dijo Nick. El alto griego estaba en la puerta con dos docenas de rosas en los brazos. Después de recibirlos a los dos con un beso y de coger sus bolsas, entregó una docena a Gary y otra a Parker—. Vamos, tengo el coche aparcado fuera y Terminator ha ido a recoger vuestras maletas.

—¿Ha venido Kimmie? —preguntó Parker. No veía a sus hermanas desde hacía seis meses, porque sus programas no habían coincidido. Mientras que Parker dominaba el mundo del tenis femenino, sus hermanas, Kimmie y Gray, hacían lo mismo en voleibol playa.

—Sí, Gray y ella van a estar hoy aquí. Mañana por la mañana se van a un torneo en Palm Beach, así que esta noche te van a hacer la cena y van a ocupar tus habitaciones de invitados. —Nick los guió hacia la salida, sabiendo que las hermanas King y él habían superado con creces el tiempo que podían estar aparcados fuera, aunque por otro lado, a Gray no la llamaban Víbora sin motivo. Una sola mirada suya había enviado al joven guardia de seguridad de vuelta a su garita durante la hora que llevaban esperando.

—Recuerda, ejercicio primero, reunión familiar después —dijo Gary, sabiendo que el recordatorio era innecesario, pero lo dijo de todas formas.

—Sí, amo, lo recuerdo.

En el Suburban aparcado fuera estaban dos mujeres que eran prácticamente iguales que la tenista salvo por el pelo. Kimmie y Gray llevaban el pelo corto por cuestiones de comodidad al jugar, pero todas ellas tenían la misma constitución fuerte. Todas se llevaban dos años de diferencia y Parker era la pequeña de la familia, mientras que Gray era la mayor. Para todas ellas, el deporte había sido una forma de escapar de unos padres excesivamente conservadores que querían unas damas recatadas como hijas que les permitieran lucir un montón de nietos. En cambio, habían tenido a tres de las lesbianas más famosas del mundo del deporte, lo cual había bastado para que sus padres las repudiaran. Gracias a la cuidadosa gestión de Nick, ninguna de las tres tenía ya problemas económicos, sólo el dolor causado por el rechazo de sus padres.

—¿Estamos viendo a la campeona de Wimbledon? —preguntó Gray, saliendo del asiento del conductor. La sorpresa para Parker les iba a costar dos días de entrenamiento, pero merecía la pena por ver la sonrisa de su hermana pequeña. A las dos mayores les había dado muchísima pena no estar presentes en ninguno de los partidos que había jugado Parker, pero tenían la esperanza de poder estar en las gradas en septiembre para todo el Abierto. La familia se puso al día de lo que estaba ocurriendo en su vida desde la última vez que se habían visto y encargaron a Gary que apuntara unas fechas en las que Parker podía ir a ver jugar a sus hermanas.

Dentro del aeropuerto, Emily llegó a la salida justo a tiempo de ver que Parker se metía en el coche y éste se alejaba. Como siempre, Gail llegaba tarde, y Emily esperó dentro con el aire acondicionado, porque no quería enfrentarse al calor hasta tener puesto un traje de baño.

Emily acabó esperando cuarenta minutos, apoyada en la pared de cristal de la entrada, hasta que por fin vio a Gail fuera, saliendo de un coche alquilado. Por su forma de caminar, Emily supo dónde había estado desde que había llegado. Cuando la corredora de bolsa entró y se inclinó para darle un beso, su aliento a whisky sólo fue la confirmación. La rubia se puso al volante mientras Gail cargaba el equipaje, y se preguntó si la abolladura del guardabarros delantero ya estaba allí cuando Gail recogió el coche. El fuerte portazo en el lado del pasajero hizo que Emily mirara a la mujer con la que había pasado tres años, que cerró los ojos y se quedó dormida en lugar de hablar. Si no hubiera sido tan triste, a Emily le habría hecho gracia que las dos llevaran casi un mes sin verse y no tuvieran nada de que hablar. Emily arrancó con el coche hacia la casa que habían alquilado.

Las tres hermanas hicieron el circuito completo de la sala de entrenamiento mientras las dos mayores se metían con Parker por lo de Alicia. Las dos torturadoras estuvieron citando cada titular de la prensa sensacionalista hasta que Parker se puso la ropa de correr y se lanzó por la playa. Esta extensión de paraíso era lo que más echaba de menos cuando la agotadora gira de torneos la obligaba a ausentarse durante meses enteros. La limpia arena blanca y las aguas verde azuladas eran como una capa de calma en su vertiginosa vida. Al volver aquí, Parker estaba convencida de que podría apartarse del tenis y no echar en falta ni al público ni la actividad.

Juego, set y partidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora