Única parte

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 Lan XiChen estaba sentado en la pasarela flotante del Embarcadero del Loto, con los pies descalzos hundidos en el agua clara. Despojado de su natural refinamiento y elegancia observaba el reflejo de la luna llena y brillante, que irradiaba su misterioso esplendor en la superficie de las calmas aguas de aquel lago sereno. Aunque el abrigo de la oscuridad y el tenso silencio, algo artificial y escalofriante, casi profético de desgracias, lo mantenían inexplicablemente expectante y alerta.

 Por eso mismo no se sobresaltó y consiguió mantener una postura impasible y despreocupada, aunque podía sentir a la madera crujir ligeramente bajo el peso de las pisadas de Líder de secta, JiangCheng, mientras se acercaba. Su naturaleza sigilosa ya no lo asombraba, sólo lo sorprendía su propia y redescubierta habilidad para detectar su presencia. Lo que lo hacía ver como si estuviera esperándolo. Un pensamiento ridículo al extremo.

 Quizás sólo era la proximidad del eclipse, se convenció con rapidez. No quería admitir que tal vez —sólo tal vez— fuera por la cercana, casi íntima, relación que había entablado con aquel extraño híbrido de rasgos lobunos y personalidad agresiva.

— Creí que ya no vendría —murmuró con suavidad y elevó la mirada indiferente al cielo, donde la luna, de un momento a otro, sería devorada por la silueta oscura del sol.

 Lo oyó soltar un resoplido disgustado por ser descubierto y una sonrisa diminuta tiró de sus comisuras.

 JiangCheng finalmente se acercó y se dejó caer con pesadez a su lado. Molesto por no poder sorprenderlo como antes.

— Si hablamos de luna... es obvio que estaría interesado —dijo con una pizca de rencor en la voz.

— No me diga que comenzará a aullarle como un lobo herido, porque me retiro en este instante... —bromeó XiChen y JiangCheng le siseó ofendido.

— Que sea humano no le conviene. Más bien actúa como un jodido y astuto zorro —murmuró entre dientes, decidiendo que no caería ante sus provocaciones, y contemplando distraídamente la lenta procesión de los astros.

 Si hubiera centrado en cambio, en ese momento, su mirada sobre él lo habría visto titubear y morderse la lengua, preso de una turbulenta y feroz lucha interna. XiChen tenía algo importante que decirle, pero no sabía realmente si aquel era el momento adecuado.

 Suspiró frustrado y volvió a levantar la mirada al cielo donde la luna se ensombrecía minuto a minuto.

 Su oscuro secreto, estaría oculto por lo menos, unos instantes más.

 Tras un extenso momento de silencio entre ambos, el chico dejó caer una maldición que lo sorprendió.

— Sé que es un fenómeno hermoso, pero es lento y aburrido como los mil demonios —murmuró fiel a su carácter voluble y Lan XiChen no pudo evitar reír.

 Como si lo hubieran planeado ambos se recostaron a la vez. Las maderas se quejaron de forma ruidosa contra sus espaldas, y XiChen volvió a reír porque la situación se sentía ridículamente cómica.

 Se movió ligeramente hacia el chico, para comentarle aquel hecho, y no fue consciente de lo que ocurrió luego. En un instante estaba mirando sus ojos, donde se sorprendió al encontrar su electrizante mirada ansiosa y al otro, sentía a su boca ser devorada por sus exquisitos labios en un arrebato, por demás confuso e inexplicable.

 JiangCheng lo estaba besando.

 Cerró los ojos casi instintivamente y su mente se quedó por completo en blanco, incapaz de procesar la información. Incapaz de encontrarle un jodido sentido a la situación. Sus inexistentes quejas murieron antes incluso de poder pensar en ellas.

Desafortunado destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora