Mientras se cierran las puertas en su cara, evita pensar en lo humillante de su posición.
Lo ha dado todo, ha dicho lo que ha sido necesario para no contradecir su maquillada verdad y ha salido con la frente en alto. Esperó internamente, pese a todo, que el veredicto fuera otro. No fue así, su condena no se redujo ni se apeló a su buena conducta.
Caminó desganado a su celda y se enredó con sus pies y la pesadumbre de saber que le aguardaba otro año más allí dentro. Siendo seis en total los que pasó ya encerrado.
—Por esa cara larga veo que no se apiadaron de tu carita dulce.
—Cierra el pico ¿quieres? —respondió bravo, con un gruñido casi.
El otro, su compañero de celda, respetó su enojo. No era mal tipo, solo un envidioso. Lo cual, dentro de una cárcel era decir mucho. Que alguien no decida enfrentarte en cualquier lado y por simple aburrimiento, hablaba bien. Además, tampoco había querido asaltarlo en las duchas o matarlo mientras dormía.
HyunWoo era francamente un jodido imbécil pero en el fondo, como él mismo, deseaba irse de allí.
La tarde y la noche se le hicieron eternas; horas pesadas de trabajo en la biblioteca y ejercicios nocturnos. En la oscuridad, hizo que su cuerpo quemase la ira que bullía bajo sus músculos mientras su compañero gimoteaba en sueños. Aterrado del desolado futuro que le esperaba con perpetua.
Oírlo sollozar le recordó como un bofetazo que se estaba quejando de injusto, porque él sí pudo elegir salir. Bastaba que admitiera la verdad, que dijera quién fue realmente el que levantó aquella arma en ese despacho lujoso y disparó.
Se habría ahorrado días hostiles, comidas desabridas y en mal estado, y las más que aberrantes escenas que se encontraba en los rincones corroídos de esta cárcel. Mas no lo dijo en su momento, cuando oficiales llegaron al lugar del crimen tras el aviso de alguien que afirmó oír gritos y posterior un disparo. No. Como ahora, permaneció callado, escuchando todo.
A la mañana ya estaba listo para ponerse una máscara de indiferencia y salir de su cubículo para el horario de visitas. Rogando que por primera vez le falle, que no vaya, que no lo mire con compasión y amor. Aun así, su lado egoísta y enamorado se alegró de verlo esperando tras el cristal.
Casi con devoción levantó el teléfono a su derecha y esperó que fuera el otro que hablara. Que rompiera ese hielo inmundo que se instaló desde el secreto que comparten. Sobre todo tras las últimas peleas que mantuvieron en esa mal iluminada sala.
—Buen día. Perdón por venir, no quería dejar de verte —comenzó su mismo discurso, el de cada vez, el de siempre y que surte el mismo efecto en su corazón—. Te amo, no me apartes. No es...
—¿Justo? —completa él, hastiado y herido—. ¿Qué ha sido justo alguna vez?
—¿Cómo has estado? —ignora su picotón resentido, y en cambio, pregunta algo absurdo.
Él sabe que no se atreve a preguntar por qué no ha dicho la verdad durante su citación. Quiere creer que es por preocupación genuina pero la cárcel ha manchado su buena fe en la gente y duda si en verdad, solo espera confirmar su lealtad.
Y Kim SeokJin puede estar completamente seguro que es así, que él, patético, débil, no lo delatará.
—Te he extrañado —responde, tampoco es lo que el otro desea oír.
Ninguno de los dos comprende por qué se lastiman así, ni por qué insisten en continuar haciéndolo. Más la hora de visita les da rienda a que se observen embelesados, excitados, angustiados y ofendidos.