Anat

4 0 0
                                    


Era un pueblo desolado, abandonado, fantasma. Era el reflejo de la humanidad en los ojos de la muerte. Era el fin y el principio de todas las cosas. Era el hogar de los dioses.

Como Anat había llegado hasta allí no lo sabía, pero si las leyendas eran ciertas, debía haber hecho algo realmente malo. Algo tan horrible que le valiera ser juzgada por los propios dioses en vez de solo por la balanza. Tenía el corazón en la mano, se dio cuenta, una pluma en la otra. Pero no había nadie. No había dioses, ni balanzas. No había juicio ni justicia. Sola la desolación infinita.

Sin saber muy bien que hacer, se dejó caer en el suelo. La pluma estuvo a punto de escapársele entre los dedos, pero consiguió agarrarla a tiempo. Necesitaba conservarla. La pluma y su corazón. En esos momentos eran más importantes que su propia vida, pero... ya no estaba viva, ¿no es cierto? Por eso estaba allí, porque había muerto.

De nuevo miró a su alrededor. Desde el suelo podía ver aún menos. Se puso de pie y comenzó a andar. Solo la recibieron vasijas rotas y casas vacías.

―Anat ―exclamó una voz.

Era una voz imponente que le resultaba familiar y ajena al mismo tiempo, como un recuerdo perdido tiempo atrás. Anat se giró y el corazón comenzó a latir en su mano. Era una mujer de pelo negro y corto, de delicada figura y vestida con una toga ceremonial.

―¿Quién eres? ―preguntó.

No se sentía alarmada. Era como si su intuición le estuviera diciendo que era seguro, que esa mujer estaba allí para ayudarla, en contra de lo que pensaba su raciocinio.

―Estoy aquí para guiarte ―respondió.

―Pero, ¿quién eres?

―No tengo nombre.

―¿Por qué estás aquí?

―Mi cometido es guiarte en tu misión.

―¿Tengo una misión? ―preguntó incrédula―. ¿Por qué? Lo he hecho lo mejor que he podido en mi vida, ¿no merezco descansar?

La mujer permaneció callada. Anat la contempló en silencio, preguntándose si podría dejarla atrás si corría con suficiente rapidez. Tenía la sensación de que no. ¿Y de qué serviría? La perspectiva de pasar el resto de la eternidad viajando por ese páramo no era muy agradable.

―¿Cuál es mi misión? ―preguntó por fin.

―Los dioses han visto tu alma. Llevan observándote mucho tiempo. Han visto en ti bondad, juicio y sacrificio. Tu misión será la de ayudar a todas las almas que lleguen aquí, de guiarlas hasta el otro lado, si perseveras, te convertirás en una diosa.

―¿Y cómo sabré donde está el otro lado si yo nunca he estado allí?

La mujer de nuevo no respondió.

―¿Durante cuánto tiempo he de hacer esto?

Otra vez, no hubo respuesta. Anat suspiró.

―¿Qué pasa si no quiero hacerlo?

―Los dioses no se toman a bien que no se cumplan sus deseos ―esta vez la voz había cambiado a una muy sutil en la que Anat podía oír la compasión―. Sin embargo, se te dejará cruzar al otro lado.

El corazón en su mano se detuvo. Era el momento de hacer una elección.

―Acepto ―dijo al fin―. ¿Qué debo hacer?

―Andar ―respondió―. Siempre andar. Nunca mirar atrás. Aquellos que no te sigan serán abandonados. Aquellos que hagan preguntas no serán respondidos.

―¿Cómo podré guiarlos al más allá si ni siquiera puedo hablar con ellos?

―Los hombres deben encontrar su propio camino. Deben elegir: confiar en los dioses―señaló la pluma―, o en sí mismos ―terminó señalando el corazón.

―¿Tú me seguirás?

―Estarás sola.

Anat cerró los ojos un segundo, al abrirlos, la mujer seguía allí. Suspiró, y le dio la espalda, pero antes de que pudiera comenzar a andar la voz la detuvo de nuevo.

―Antes de comenzar tu viaje debes abandonar tu corazón.

―¿Abandonarlo? ―preguntó―. SI dejo mi corazón atrás nunca podré ser juzgada, nunca podré pasar al más allá...

Entonces comprendió. Está era su elección. La mujer extendió las manos.

¿Pluma o corazón? ¿Humanidad o divinidad? ¿La vida o la muerte? ¿Confiaría en los dioses? El corazón comenzó a latir de nuevo en su mano como un tambor, desesperado. Anat le entregó su corazón a la mujer y este se deshizo en cenizas al tocar su piel. Ya no había vuelta atrás.

―Llevas la bendición de los dioses ―dijo la mujer.

La pluma comenzó a brillar y desapareció. Cuando miró de nuevo, la mujer se había marchado.

Anat comenzó a andar.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Sep 25, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

AnatWhere stories live. Discover now