Capítulo uno

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Nueva York, 2013 

Papá me sonríe desde la acera de enfrente. Trae consigo una barra de pan chamuscada. Estoy hambrienta. Hace más de dos días que no comemos nada. Él se apresura a cruzar la carretera cuando un Bentley negro lo golpea con ímpetu y lo eleva al cielo, haciéndole caer en picado. Ahogo un grito. No. No. No puede ser. El tiempo se colapsa. El aire se congela. Las personas se disipan. La vida muere. Solo existimos papá y yo. O tal vez ahora solo exista yo.

Muchos años más tarde

La vida es muy injusta. Demasiado. Me ha hecho mucho daño, pero también me ha enseñado a valorar el tiempo y las oportunidades. Me ha obligado a borrar el verbo "rendirse" de mi diccionario para poder sobrevivir porque, de no haberlo hecho, seguramente habría acabado muerta en un callejón de la Sexta Avenida desangrada. Igual que mi padre. Y creo que fue por esa misma razón por la que adquirí un carácter tan drástico y fuerte. Lo hice para que nada ni nadie me volviera a hacer daño. Ni siquiera él.

Deambulo mi mirada como un halcón por Naked Dune, un club exclusivo de Manhattan esperando a que mi objetivo aparezca. Miro mi reloj de pulsera y maldigo. Es casi medianoche y aún no tengo ninguna pista sobre su paradero. Mi amiga Nancy me dijo que él estaría aquí como muy tarde a las diez de la noche después de zanjar un par de tratos, pasar a su penthouse, darse una ducha, cambiarse y venir. Pero no sé porqué algo me dice que se ha rajado. —Seguramente esté muy ocupado explorando la higiene bucal de alguna pobre presa en la parte trasera de su limusina.— pienso, y volteo los ojos, asqueada.

Doy otro trago a mí Long Island y cierro los ojos un momento, intentando soportar el enjambre de llamas que se expande por mi garganta. Nunca me ha gustado el alcohol, pero sé que esta noche lo necesito para poder entrar en contacto con el capullo millonetis.

Mientras espero y espero a que mi objetivo dé señales de vida, me dedico a repasar mentalmente mi plan e intentar meterme completamente en el papel de pija ricachona. 
—No debes estar muy suelta, pero tampoco muy rígida. Sé coqueta, pero inaccesible. Pon mirada seductora, pero no por ello vulgar. Camina con la espalda recta, pero moviendo las caderas suavemente en cada paso para no parecer un robot. No comas y hables al mismo tiempo. No digas palabrotas...— me repito una y otra vez todo lo que me dijo Nancy, y que bauticé como "Mantra Nancy para conquistar a capullos", y sonrío para mis adentros

De lejos, y entre toda la multitud, diviso a un hombre trajeado e impecable entrar por la puerta del club y mi pulso se acelera. Alto y con el cuerpo propio de una escultura renacentista, de cabello lacio y oscuro, grandes ojos negros, mandíbula marcada y una seguridad arrolladora. Sí. Ese es Silas MacMillan. No podría confundirlo con nadie más.

Termino mi cóctel de un trago y haciéndome la borracha como bien entrené semanas atrás, empiezo a caminar en su dirección.

Estoy ataviada con un vestido de Prada palabra de honor en blanco piedra con detalles en plateado. Lo elegí porque roza la línea de la provocación, pero no la excede puesto que se mantiene exquisitamente en la sofisticación propia de la alta costura. Y eso es exactamente lo que a mi objetivo le atrae. 

Me acerco más a él y cuando lo tengo a mi altura tropiezo adrede, agarrándole por el brazo. En fracciones de segundo sus fuertes manos me sujetan por la cadera y no dejan que me estampe contra el suelo. Siento un hormigueo por todo el cuerpo, y maldigo. No. Céntrate, Lindy.

— Perdona. — balbuceo como buena falsa alcohólica— no te había visto. Es que... estoy un poco achispada... chispeada... —levanto la cabeza para mirarle a los ojos y continuar interpretando mi papel, pero ya no me salen las palabras

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⏰ Última actualización: Aug 19 ⏰

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Dulce venganza a mi jefe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora