Vaticano City

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_*Templo de San Agustín  Vaticano, Italia. 18:45 pm*_

- En busca de la gloria, en busca de la inmortalidad, he llorado por siete días y siete noches, no he permitido que se le enterrase, para ver si mi amigo despertaba ante mis lamentos, hasta que los gusanos cayeron de su nariz. Desde que partió, di en vano haber buscado la vida, no ceso de errar como un bandido a través de la estepa. Ahora Tabernera que he visto tu rostro, ojalá pueda evitar la muerte que tanto temo. La tabernera respondió: la vida que persigues, no la encontrarás jamás, cuando los dioses crearon la humanidad, asignaron la muerte para la humanidad, pero ellos preservaron en sus manos la vida.

El clérigo romano, quien salió con las manos entrelazadas, escuchó atentamente el citado que relataba la voz femenina, cuando alzó los ojos en dirección de esa voz, vio sentada en la pileta de la estatua de Jesucristo a Gertrudis Laforett, quien poseía un anillo de marfil y un cabello que resplandecía como oro y poseía la atención de todo lo que rodeaba, con tan solo 10 años, ya era futura heredera del trono en Irak. A menudo era invitada al Vaticano, considerada por su sabiduría y coeficiente al leer, traduciendo las escrituras sagradas y escrutar su significado. Sin embargo hoy había un motivo diferente, el cual, aseguraba su presencia enigmaticamente en los últimos años.

El clérigo, había respondido a la penitencia y ayuna que guardaba en la temporada, hoy se encontraba regando las plantas del jardín de aquella pileta, y al escuchar el poema, trató de restregar el rastro de curiosidad engendrada en su mente, pues guardaba cierto recelo de cómo dirigirse a  la princesa Laforett. Por su parte, dicha princesa dejó de recitar y observó fijamente con los penetrantes y afables ojos celestes.

-buonanotte, gentiluomo chierico, piacere di rivederti.

-Il piacere è mio, principessa Laforett - inclinó la cabeza hacia adelante - lamento su pérdida, verdaderamente le digo, Cristo ha resucitado.

-Gracias, es grato de su parte. Los amaba, pero mi destino parece estar escrito.

-¿Le puedo hacer una pregunta? Si es que no la interrumpo con el poema que recitaba.

-Por favor, pregunte.

-Es justamente lo que lee, ¿qué es, y qué es lo que significa para usted?

-Es el poema de Gilgamesh, rey de Babilonia, del pueblo de Uruk, epopeya sumeria, ¿por qué lo leo?. Verá, la Biblia es vuestra norma universal escrita por Dios, y es algo que la persona debería leer para adecuar su personalidad a imagen y semejanza de su creador. El poema que leo, es la persecución existencial de la persona... quien se cuestiona ¿Por qué fui creado? ¿Por qué tengo que morir? ¿Por qué el humano tendría como propósito adecuarse a una vida y a las personas que lo habitan si terminan siendo tragados por los gusanos. Es una vertiente existencial interesante. ¿Por qué ahora?, no hay un motivo en particular.

_El coro se la iglesia empezó a resonar el interior del templo mientras las campanadas empezaron a retumbar_

- ¿Ha llegado a una conclusión a esas interrogantes?

-Por supuesto, ¿quiere saber cuál es la concepción?, acérquese, quizás lo que diga suene blasfemo como para mezclarlo con la armoniosa melodía del coro.

_el clérigo se acercó y se reclinó colocando su oreja a corta distancia de los labios de Gertrudis_

- Por qué limitarse a la vida eterna, pero muerte terrenal, cuando puedes tener la dicha de gozar ambas facultades.

El clérigo sonrió, y la pequeña arqueó dulcemente la comisura de sus labios rosados y continuó.

-¿Usted creería en lo que digo, si le aseguro que me he cersiorado lo que le planteo?

- Depositaría toda mi fe en ello.

- Pues tengo algo para usted, algo más fuerte que la fe. Pues si bien la fe es aquel baúl donde la persona deposita su ser y sus esperanzas, sigue estando lejos de reflejar la verdad.

- ¿Qué es lo que dice, princesa?

Gertrudis sujetó con su frágil mano la nuca del clérigo mientras se acercó completamente a su oreja y empezó a lamerle, la punta de su rosada y delgada lengua recorría cada rincón de la oreja del clérigo, quien totalmente exaltado trataba de zafarse, no solo por la vergüenza de quienes vieran tan morbosa escena, sino la vergüenza de disfrutar aquello, sintiendo como su corazón empezaba acelerarse y su frente empezaba a sudar, quería gritar pero por alguna razón no podía mover músculo alguno.

-¿Te gusta verdad clérigo?, es la fe de la que hablo... la fe hipócrita en la que vives, suprimes tu placer a la vida, creyendo que es pecado, y no serás digno de vivir eternamente. Es la fe tu miedo a tu crisis existencial del por qué estás predestinado a ser devorado por los gusanos. Sin embargo, hoy te daré la dicha de presenciar el estado puro de la verdad, sobre la vida eterna...

El clérigo se volvía cada vez más pálido y presenció a lo que pensó en primera instancia como el diablo mismo, pues Gertrudis abrió la boca, extendiendo su tamaño que media como la mitad de su cuerpo y empezó a tragarse el brazo de este pobre, quien gritaba rudamente, llorando y orando... Gertrudis extendida la lengua quien saboreaba la cara del clérigo mientras proseguía a tragar su otro brazo y la sangre se derramaba sobre la pileta tiñéndose de rojo al igual que el cielo, con el sol cayendo y derrepente la campana volvió a sonar, haciendo un sonido seco, morboso, que silenció al coro por unos segundos, mientras Gertrudis se había terminado de devorar al clérigo y se lamía los dedos hasta dejarse caer sobre el agua y desaparecer de la pileta, sin dejar rastro de sangre.

Unos cuantos de por ahíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora