Intento prolongar mi existencia, uno ya deja de ser propietario de su vida cuando se vuelve la presa de sabuesos justicieros, esperando la más mínima oportunidad para borrarme del mapa. Esta situación me agota continuamente y creo sin exagerar que mis días están contados. A un bajo el manto oscuro de todas las noches veo, aterrorizado, esas caras ocultas detrás de las antiparras de acrílico transparente, fijando la mirada quieta, taciturna, de los que jugaron por diversión, algo de placer enfermizo, porque es una partida bastante disparatada. Lo poco ahorrado me permitió comprar el equipo completo de paintball, luego hice los contactos correspondientes en Facebook, confirmándome la asistencia al juego unas veinte personas entre conocidos y desconocidos. Mi tío era propietario de una antigua bodega al sureste de la provincia, un lugar que yo conocía a la perfección, esto me satisfizo. Tenía todo preparado para realizar mi plan estratégico y asegurarme que ningún jugador fuese el vencedor, yo estaba poseído maquinalmente por las ansias de aniquilar a los veinte y hacerme popular en las redes sociales, esto yo lo tomé muy en serio. Al fin llego ese día, un domingo en pleno otoño. Nos reunimos en la entrada de la vieja construcción, que cubría más de 500 metros cuadrados, y luego de presentarme a los desconocidos, eran quince en total, acordamos las reglas del juego, intentar la baja de todos los miembros del equipo contrario, aunque yo eliminaría a todos por igual. Nos preparamos, animados ya en iniciar la batalla, con las marcadoras que funcionan con aire comprimido, las máscaras, incluyendo antiparras de acrílico transparente, protectores y pellets, las bolitas de pintura. Una vez equipados, dimos las últimas instrucciones y al grito unísono de "guerra", nos escabullimos hacia los recovecos de la bodega.
Y todo se desarrolló entonces. Me dirigí hacia el primer piso donde había una especie de torre, desde allí yo podía observar el movimiento del resto de los jugadores sin ser visto. Provisoriamente me oculte ahí, luego de calcular más o menos el recorrido de los primeros cinco contrincantes, me dispuse a bajar y acometer al primero.
Detrás de la escalera logre divisarlo, entonces acciones el arma y di en el blanco. Otro que merodeaba por ahí alcanzo a verme al oír el grito del atacado, intentó seguirme pero yo ya había logrado reubicarme en otra posición. Al instante escuché un grito más del mismo jugador seguramente lo hizo como parte de la diversión.
Continuamos sigilosamente ocupando cada rincón, escondite de la bodega, interrumpiendo el silencio de la tarde el incesante resonar de las marcadoras y algún que otro alarido de dolor, lo pellets son muy dolorosos al impactar en las partes del cuerpo desprotegidas.
Yo, con firmeza y agilidad ya había "tumbado" a varios del equipo contrario esperaba eliminar de ahora en más al resto de los jugadores. Sin embargo, observaba que el movimiento tanto dentro como por fuera de la bodega había disminuido notablemente, es decir, el resto de los jugadores su mayoría ya no tomaban parte del juego, ni siquiera a modo de espectadores, ¡nada! Quedamos al final, cinco jugadores. Dos del equipo rival y los tres incluido yo, nos arremetíamos con cierta frialdad competente, uno tenía que quedar en pie, y por lo que comprendí, los cinco nos mediamos para el mismo objetivo. Pasó un cuarto de hora, ya dos de las marcadoras dejaron de oírse, los tres restantes nos movíamos en círculos, no cederíamos con facilidad.
De pronto, tuve en la mira a uno de ellos y accione la marcadora. El jugador cayó al piso emitiendo un grito de dolor. Me acerque a él para hacer un gesto de alarde, pero apenas vi un hilito rojizo correr sobre sus ropas de buzo y mezclarse con la pintura de los pellets.
Le quite la máscara. ¡Estaba muerto! No supe que hacer y, fue entonces cuando sentí el metal caliente en la pierna. Caí desesperado, no logré levantarme con facilidad.
Entonces ese jugador, el último, se fue acercando lentamente. A un conservaba la máscara y en su mano derecha empuñaba no una marcadora sino un revolver con silenciador y de grueso calibre. Lentamente lo fue apuntando hacia mi frente, pero al parecer tuvo una mejor idea. Dejó el arma en el suelo y sin decir ni hacer nada, desapareció del lugar. La policía llegó minutos después, confirmando la muerte de 19 jóvenes y uno herido. Un exhaustivo operativo se realizó en toda la provincia, sin resultados favorables. El asesino había previsto a un el más mínimo detalle, no dejó rastro alguno, ni siquiera en la red social. Hizo tan bien su plan criminal que, para desgracia mía, yo siendo el único sobreviviente de semejante asesinato, fui señalado como el co-autor del mismo. Aunque les juro, yo no soy el último jugador, ¡mil veces no!
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El último jugador
Short StoryEllos siguen sus reglas por diversión. Él tampoco está seguro de salir con vida...mientras dure el juego...