Un accidente en el bosque

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Trekking era una actividad que amaba realizar con su madre. Durante los últimos dos años, todos los sábados, después de hacer yoga, salían a caminar por las montañas que rodeaban la ciudad. Fred, su hermano, se quedaba en la casa descansando, estudiando, o simplemente cuidando del perro de la familia. Él no era de hacer actividades de ese tipo con ellas, por lo que aquel era un tiempo personal que podían pasar las dos sin ningún problema.

Subían por una de las montañas más altas, la cual quedaba a las afueras de la ciudad justo a un lado de la carretera. Mari tenía catorce años y era más alta que las chicas de su edad debido a su ejercicio constante. Su madre caminaba a su lado usando palos metálicos en ambas manos como apoyo extra en la subida.

—¿Vas bien? —le preguntó su madre.

—Sí, no te preocupes.

—Ya estamos casi en la cima.

Mari asintió en respuesta. Sentía sus piernas tensadas y sudaba débilmente, pero el paisaje lo valía.

Cuando llegaron a la cima, la ciudad se les presentó bajo la clara luz del cielo celestino, rodeada de montañas, las cuales estaba cubiertas por árboles enormes. La ciudad parecía estar emplazada en medio de un bosque tan enorme como lo era hermoso. Tras ver esto, ambas respiraron profundamente.

—¿Cuántas montañas nos faltan por explorar? —preguntó Mari.

—Las hemos explorado todas durante estos años. Si quieres ir a alguna, puedes elegir ahora que las tenemos todas frente a nosotras.

Mari suspiró nuevamente y pensó en su hermano.

—Deberíamos traer a Freddy, le serviría para sus pesadillas y, bueno, para que él escoja.

—Ya intenté hablarle de eso —sonrió su madre mirando a las pocas nubes que flotaban sobre ellas—, pero no quiso.

—Tan terco como siempre —sonrió Mari.

—Bien, ¿por dónde quieres bajar? —preguntó su mamá luego de unos segundos de silencio.

—Uuhm...

—Déjame adivinar —interrumpió—. Quieres bajar por los árboles.

Mari sonrió y Dane asintió.

—Está bien, vamos.

Separándose del camino, ambas caminaron hacia el frente, hundiéndose en los árboles que se levantaban hasta la carretera en la base de la montaña. En cuanto entraron, las brisas naturales de los árboles las rodearon de una forma casi mágica, dándoles un poco más de energía para seguir con su caminata en empinada.

—Me gustan los árboles —comentó Mari mirando cómo los troncos se combinaban con las enredaderas que nacían del suelo y subían hasta la copa de los árboles, las cuales se dividían y desplegaban enormes ramas verdes que cubrían el cielo, cuya luz se filtraba débilmente hacia el suelo.

—Sí, cuando era niña también me gustaban. ¿Sientes cómo respiran?

—Sí —sonrió su hija mirando cómo las hojas encima de ella se mecían lentamente—. De hecho, quiero usar mi derecho a foto.

—Está bien —asintió Dena.

Cuando comenzaron con sus salidas a las montañas, Mari insistía en sacar fotos a cada cosa bonita que veía. Aquello se repetía tanto, que Dena tuvo que prohibirle el uso del teléfono en las caminatas ya que se preocupada más en sacar fotos que en disfrutar la experiencia. Después de un tiempo, llegaron a un acuerdo: Mari tenía un derecho a foto en cada caminata, pero solo uno. Podía tomar las fotos que quisiera, siempre y cuando fueran en una sola ocasión. Mari entendió y aceptó de buena gana.

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⏰ Last updated: Sep 30, 2019 ⏰

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