Llega la alborada un sábado, concluye la segunda semana del mes de octubre.Son aproximadamente las siete y media de la mañana, el sonoro canto de los gallos provoca que despiertes. Te vistes, vas hacía la cocina de humo, allí estará tu madre echando tortillas y tatemando algunos tomates en el comal de barro, al mismo tiempo alimentando el fuego del clequil con abundante ocote seco que aromatiza el reducido espacio. Cargas tu hacha, un pico y unos metros de lazo. Besas a tu madre en la frente y partes rumbo al Matlalcuéyetl.
En el camino observas a varias personas aglomeradas en la orilla de un río-que tiene origen por el deshielo del Matlalcuéyetl-motivado por la intriga te acercas a observar. Entre más te aproximas, ves como el agua cristalina se torna a un color rojizo, te detienes. Sumergidos y sin vida están tres pequeños: dos varones y una mujercita (ella emana sangre de una herida que tiene en el cuello).
Lástima e indignación son los sentimientos que te representan al ver esa escena. Te quitas el sombrero, te persignas, tomas tus herramientas de trabajo y continúas caminando entre rezos, comentarios de asombro y pánico que expresan todas las personas.
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Lamentos de un corazón despojado.
HorrorDe la mano de Nathanael, serás testigo del inicio de una oscura leyenda que dejará una estela de muerte y desolación.