Carta Blanca

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Esto era una tortura. Decían que el Infierno era el lugar donde se infligían los mas crueles castigos. Pues bien, yo me había convertido en testigo de que en la Tierra también se podía sufrir. Había recibido la ''Carta Blanca'' y eso significaba que ... bueno no sabia muy bien que significaba pero era jodido de pelotas. La muy bruja (porque era lo mas suave que se me ocurría para nombrarla) me había convocado enviando esa carta a mi despacho aquella misma mañana. Supe que era de ella por el aroma que había desprendido al abrirla.

Por fin me estaba ofreciendo aquello que llevaba tanto tiempo deseando, así que, yo como un buen perro en celo, había acudido al lugar indicado, aseado, depilado y oliendo mejor que cualquier sección de perfumería. Todo para nada, porque me había tenido esperando una hora en recepción y cuando por fin la bruja se había dignado a recibirme, me vi con los ojos vendados siendo conducido a lo que se suponía que era un sillón; previamente y con una gran amabilidad me había quitado la chaqueta y desabrochado unos cuantos botones de la camisa, permitiéndome sentir el ligero roce de la punta de sus dedos.

Así que, allí me tenéis, sentado y esperando, sin ver nada e intentando agudizar el resto de mis adormilados sentidos para ser capaz de captar algo. El sillón era bueno, al menos eso parecía indicar el material, apenas se oía nada, pero podía oler un deje de su perfume que me estaba calentado todavía mas la sangre, si es que se podía.

De repente, percibí un ligero movimiento a mi derecha que se convirtió en visión cuando ella me quitó la venda de los ojos. Mientras me acostumbraban a la luz pude ir viendo la visión de la mujer mas sensual y hermosa que jamás he deseado en mi vida. Podría haberme lanzado a por ella y haberle puesto fin a ese juego de una vez por todas, para acabar los dos gimiendo en cuestión de segundos, pero había algo que me lo impedía y no era la ausencia de cuerdas. Mas tarde, cuando todo aquel tormento hubiera acabado, me daría cuenta de que aquello que me había mantenido clavado en el sillón había sido su mirada.

La misma que me estaba analizando en aquel instante desde una distancia prudencial. Chica lista, no se fiaba de mí y de que no me fuera abalanzar sobre ella. Pero, por ahora, y por mucho que me doliesen los huevos, iba a permanecer sentado.

- Me sorprende tu actitud. - Su voz sonaba ronca y decidida. Sabía lo que se hacía y se le notaba. - Esperaba que al menos hubieras intentando moverte o haberme soltado alguna de tus impertinencias, pero veo que vas a ser un chico bueno y vas a dejarme a mi ser la chica mala. - Su cuerpo empezó a moverse, acercándose a mi, provocando con cada movimiento que la bata de seda negra se le abriera mostrando unas largas piernas enfundadas en lo que parecían ser unas medias plateadas. Mi mirada siguió su curso repasando todo su cuerpo, el balanceo de sus caderas, el precioso pecho oculto por la tela y su largo pelo negro y ondulado que se mecía al compás de cada paso que daba hacia mí. Me detuve en su boca, roja como una fresa, con esa forma de corazón que me volvía loco, deseando degustarla y saborearla. Pero lo mas fascinante de todo, eran sus ojos, llenos de deseo y determinación, y quizá algo de expectación por saber qué iba a pasar. Se detuvo a un metro de mí y esa voz hizo subir un grado mas la temperatura de mi cuerpo, si es que eso era posible. - Ahora voy a decirte lo que a pasar.- Empezó a juguetear con el lazo que mantenía atada la bata.- Estoy aquí para servirte. Haré lo que me pidas. Esta noche soy toda tuya. Bailaré si ese es tu deseo, me desnudaré si es lo que quieres, puedo desvestirte y bañarte. Me masturbaré para ti, puedo utilizar algún juguete si te complace. Puedo masturbarte con mis pechos o si lo prefieres puedo hacerte una mamada, metérmela en la boca y chupártela hasta el fondo. - Aquí dejé de pensar, mi mente había empezado a configurar un sin fin de imágenes con ella obedeciéndome, pasando esas manos por mi piel caliente, esos labios saboreándome, limpiando el sudor, moviéndose al son que yo pusiera, pero sobre todo, el tenerla de rodillas delante de mi, mientras se la metía hasta la garganta, con esa lengua lamiendo mi polla, pensar que podría tener esa pequeña boca chupándomela había provocado un pequeño cortocircuito en mi cerebro superior. Ella seguía hablando de hacer no se qué con algo, pero me lo había perdido. - Puedo ser tu sumisa, atarme para ti, o si quieres, puedo ser tu ama.- Aquí se detuvo apenas un segundo, y algo cambió en su mirada, así que quería tenerme atado y a su merced (todavía mas si cabe). - Hoy mandas tú, pero hay una norma. - Hostias, ya empezamos con las normas, ya sabía yo que no podía ser todo tan maravilloso, sobre todo son esa sonrisilla que me había puesto los pelos de punta. - No me puede tocar. Está totalmente prohibido. ¡¿Qué?!, ¿cómo que no la podía tocar? Estaba loca, ella siguió hablando como si mi cara no le mostrara lo mala que era esa idea, sobre todo para ella. - Estarás quieto y te dejarás hacer, podrás dar órdenes pero nada mas. Y antes de que digas nada, no puedes ordenar que me puede tocar. - Cerré de nuevo la boca y apreté la mandíbula. - Si no te gusta lo que he dicho, puedes levantarte e irte. - Sonrió demostrando superioridad, como si lo tuviera todo controlado, la muy bruja sabía que me moría de ganas por tocarla, por eso había utilizado esa baza en mi contra. Tenía todo el cuerpo agarrotado, las manos me ardían por acariciarla, apretaban tanto los brazos del sillón que me sorprendía no haberlos partido en dos. Notaba la camisa pegada al cuerpo del sudor que sentía resbalar por mi pecho y espalda. Respiraba de forma acelerada como si hubiera estado corriendo y sentía la boca seca, tanto que tragar se había convertido en un suplicio. Me contenía de una forma que en la vida me había imaginado. Por eso, lo único que pude hacer fue sonreír y mirarla fijamente a los ojos para que se diera cuenta de con quién jugaba. Mi intención no había sido asustarla, pero pude ver, por apenas un segundo como sus pupilas se dilataban y se bañaban de un intenso deseo, como tragaba rápidamente y como, con un ligero movimiento juntaba los muslos. Mi sonrisa se ensanchó mas haciéndome sentir satisfecho al no ser el único frustrado.

- Quítate la bata. - mi voz sonó mas ronca de lo normal e hizo que un pequeño estremecimiento cruzara todo su cuerpo. La prenda cayó al suelo con apenas un susurro. Con esta simple orden la Carta Blanca estaba en marcha y el juego había comenzado. Nuestras miradas se atraparon y ambos supimos en aquel instante que cuando todo aquello terminara y llegara un nuevo día sabríamos que un nuevo juego iba a comenzar, puede que ella tuviera ahora la ventaja pero sabía muy bien que eso duraría muy poco porque al igual que ella, yo también tenía una carta que jugar. 

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