Por un momento creí que era mentira, que aquel chico tranquilo y amable que se esforzaba por ser un buen ciudadano y un hombre ejemplar pudiera convertirse en aquel monstruo sin sentimientos y sediento de sangre humana que únicamente buscaba saciar su hambre de muerte y destrucción a su paso sin pensar en detenerse.
Jamás creí ver ese lado tan sádico en él, pensé que era mentira cuando mis amigos me advirtieron que no me dejara engañar por su apariencia amable y relajada, que dentro de él se encontraba un vil monstruo que tanto daño a causado en años a esta ciudad. No lo vi venir hasta que fue demasiado tarde, y creí que nunca vería esos ojos esmeraldas que había conocido y que me habían cautivado en un solo minuto.
Tarde me di cuenta que estaba entrando a la boca del lobo y no podía hacer otra cosa más que dejarme llevar por él, qué ingenua fui en el momento que me pidió ir a su casa y charlar con té y galletas, no medí el peligro en el que estaba y tampoco sabía que ese sería el último día que vería a mi verdugo, el hombre que amé.
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Me dolía la cabeza, todo en mí era un torbellino de emociones que no podía describir, veía todo borroso y los sonidos estaban distorsionados; la completa obscuridad y el frío de aquel cuarto sólo aumentaron mi dolor de cabeza y mis ganas de vomitar. Sentía la boca seca y cuando quise sujetarme la cabeza para levantarme me di cuenta de que estaba encadenada al piso, una gruesa cadena reposaba a mi lado y al mover mis pies me di cuenta de que estaban también encadenados, desesperada me removí en mi sitio tratando de liberarme pero era inútil, alguien me había esposado y encadenado aquí y no sabia que hacer.
Temía porque mi secuestrador le hubiera hecho daño a Flippy y también tenía miedo de lo que pudiera pasarme, aun así mantenía la calma de nada me iba a servir alterarme más de lo que ya estaba sólo porque estaba segura que aquí'no había ni una sola ventana por done huir. Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando, un molesto rechinido se hizo presente en aquel cuarto, la leve luz que entraba por la puerta de metal reforzada apenas me dejó ver a un chico que entraba y sostenía algo entre las manos, estiró una mano encendiendo así la lamparilla de techo que destilaba su luz amarillenta sobre mi, obligándome a cerrar los ojos por la ceguera momentánea...