VI

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El joven Valerio al ver mi desdicha, ordeno que uno de los cuartos que se encontraba cerca de la hacienda, lo limpiara para que me fuera a vivir allí. Yo no quería, pero me obligo hacerlo. Estaba de nuevo muerto en vida. Cada noche, después de la jornada, llegaba al cuarto, aunque estuviese cansando no podía conciliar el sueño. Mis ojos perdieron el brillo que alguna vez tuvieron. Ahora debajo de mis parpados se dibujan unas gruesas líneas negras por las noches en vela. Llego en un momento que comencé a desconocer a las personas que estaban en el cuadro. Razón por la que deje de limpiarlo. Me entretenía con los libros que el joven me prestaba, además de que me regalaba los periódicos que le traían semana a semana hasta su hacienda. Perdí comunicación, con los demás, no sentía interés por saber que le pasaba a los demás. Estaba perdiendo la cordura.

Hasta que hace poco conocí a Francisca, una muchachilla que recién llego a la finca como sirvienta, me dicen que estoy loco por que nadie la conoce. Eso es mentira, por muy raro que parezca, ella se acerco a mí. Al principio la rechazaba, pero esa muchacha tiene el don, de hacer que uno le haga la plática. Todo el día me atosigaba, con tanta insistencia quería conocer mi historia. Pero hace mucho que yo ya lo había olvidado. En las noches, se dirigía a mi cuarto con una olla de café y pan. Las primeras veces le cerraba la puerta en su cara, me entro el remordimiento de hacerle esa majadería a una muchacha que no tenia la culpa de mi mal genio. Le permití que me hiciera compañía, tomábamos café y platicábamos de las cosas banales de la vida. Algunos trabajadores me tachan de loco, pues no la conocen y me dice que en varias ocasiones me han visto platicar solo. Yo les digo que, si la quieren conocer, deberían venir una noche, es chistoso. Por qué justamente hoy venían a verme, los estuve esperando, pero no llegaron.


Cuentos de la SelvaWhere stories live. Discover now