1924

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Era el año de 1924. Las calles resaltaban en colores café, vino y el típico rojo ladrillo que portaba cualquier edificio al que fueras. El cielo estaba repleto de nubes grisáceas, dando a entender que llovería y se inundarían las calles -como siempre se hacían después de una tormenta-, no obstante, nada de eso detendría a la gente que vivía a los alrededores de la comunidad.

Hoy era una ocasión especial, ya que se haría el primer baile a nivel regional. Cualquiera que quisiera participar era bienvenido. Lo único que tenías que hacer era ir al puesto que se encontraba a un lado del campo de baile y anotar tu nombre. Todas las personas que ya se habían inscrito iban y venían con trajes oscuros envueltos en bolsas de tela para después llevarlos con la costurera del pueblo. Vestidos elegantes se lavaban con cuidado en la fuente que yacía a un lado del río. No había regla alguna que te castigara por usar el agua del río o de la fuente, ya que toda esa agua venía de las montañas que nos rodeaban, así que estaba bien.

Por lo general, a mi no me gusta mucho la idea de participar en un baile, pero mis padres decidieron llevarme para conocer una nueva "experiencia", aunque yo no llamaría experiencia a eso.

―Ari, ve por el traje de tu padre. Recuerda que es el número ciento veinte ―Me recordó mi mamá mientras tomaba mis llaves para abrir la puerta de enfrente.

―No te preocupes, en unos minutos lo traigo ―Le dije sonriéndole ligeramente. No quería preocuparla.

Salí de mi casa observando a mucha gente preparando arreglos para esta noche. No me gustaba estar rodeado de gente. Simplemente me veían y querían hacerme preguntas sobre mi vida íntima. Y eso no me agradaba en lo absoluto. No era un chico con el que pudieras sacarle plática tan fácilmente o invitarlo a hacer alguna cosa, no. Era reservado con mis cosas y asuntos. Siento que es algo absurdo estarle diciendo a medio mundo todo lo que haces en tu vida, como si a la gente le interesara que fuiste a comprar un caballo pura sangre en la otra ciudad.

Caminé entre los callejones que separaban cada edificio. Muy pocas veces decoraban estos lugares, ya que aquí se juntaban las personas que asaltaban a la gente, establecimientos o hasta casas. Según nuestro alcalde, el índice de delincuencia aquí estaba muy bajo, pero, obviamente como va a saber nuestras condiciones si ni siquiera sale a ver como estamos. Solo sale de su casa de tres pisos para atender a los demás alcaldes que venían regularmente de visita por aquí.

Mientras me perdía en mis pensamientos, escuché quejidos que provenían del callejón que estaba a la izquierda. Mis instintos decían que debía de ir a ver, pero mi mente decía que debía de ir por el traje. Decidí hacer caso omiso a mi querida mente y caminé por donde venían esos lamentos.

Al llegar me encontré con un chico que al parecer ya estaba preparado para el baile. Vestía un traje azul oscuro con cola hacia atrás. Un chaleco en el mismo color se alcanzaba a notar desde su posición. Era de tez blanca, una piel que era muy fácil de dañar, pero a la vez, era muy fácil de moldear. Yacía sentado con sus rodillas pegadas a su pecho, con temor de que le pasara algo y su espalda estaba contra el muro de una casa abandonada. No mostraba su cara, ya que estaba oculta entre sus piernas, así que di unos pasos lentos hacia él, pero se percató de mi presencia y me miró asustado.

―Ya no tengo nada de valor. Por favor, vete ―Sus ojos se cristalizaron y ahí fue donde pude ver mejor su cara.

Un hilo de sangre salía de la nariz y llegaba a sus labios, tornándolos rojos al instante. Se alcanzaba a presenciar un moretón en la mejilla derecha y sus ojos... Dios, sus ojos estaban demasiado hinchados para ser verdad. Alrededor de las pupilas se notaban con un color rojizo, por ende, ya había estado llorando desde hace rato.

―No te voy a hacer nada, tranquilo ―Levanté mis manos para que se calmara un poco―. Vine porque te escuché desde el otro callejón, ¿qué paso?

One-shots Ari & DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora