La Mujer del Parque.

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Aoi Shingo era un joven japonés que había llegado a Italia con el único deseo expreso de aprender el estilo de juego del fútbol italiano, para poder convertirse algún día en un verdadero futbolista profesional; su anhelo era pertenecer a la selección nacional de su país y junto a su gran ídolo, Tsubasa Ohzora, conquistar la Copa de Mundo para Japón. Y aunque llevaba ya varios años perteneciendo a las ligas menores italianas, Aoi no se desanimaba y todos los días se entrenaba duramente para pronto convertirse en un profesional. Además, a pesar de que, cuando él llegó al país, tuvo que enfrentar algunos tropiezos antes de ser aceptado en el equipo, Shingo finalmente había hecho grandes amigos y sus compañeros le reconocían su trabajo, esfuerzo y dedicación, llegándolo a apreciarlo y a considerarlo como un miembro más del equipo.

Luego de una larga sesión de entrenamiento, Aoi había salido a comer con sus compañeros del Inter Primavera a un famoso restaurante ubicado en el centro de la ciudad pues, ese día, celebraban el cumpleaños de Matteo, siendo que entre copas, bromas y pláticas, el evento se extendió hasta altas horas de la noche. Cuando Shingo finalmente miró la hora, saltó escandalosamente como solía hacerlo siempre que algo le sorprendía, tomó de inmediato sus pertenencias y se despidió rápidamente de sus compañeros pues dijo que si no se iba en ese instante no alcanzaría a tomar el último tren a casa, y a pesar de que varios de sus compañeros le ofrecieron llevarlo a cambio de que se quedara un rato más, el japonés rechazó amablemente todas las ofertas alegando que estaría bien y que los vería al día siguiente.

Así pues, Shingo salió del restaurante y se dirigió con paso rápido y firme rumbo a la Stazione Cardona, sitio en donde tomaría su tren y la cual se hallaba al otro lado del Parco Sempione, el cual era un enorme e histórico parque que se hallaba en pleno centro de la ciudad y muy cerca de la ubicación del restaurante. No queriendo rodearlo para no perder más tiempo, decidió que lo mejor sería cruzarlo en línea recta para de ese modo asegurar alcanzar su tren. El japonés se internó en dicho parque pasando minutos después por el puente Delle Sirenette, para después de cruzarlo, caminar por la vialidad Alessandro Petrófi que bordeaba el hermoso lago que se encontraba en el interior del parque.

De pronto, a unos doscientos metros de distancia, comenzó a descender una extraña bruma que cubrió por completo el lugar y, a juzgar por el joven, las farolas que iluminaban los senderos del parque disminuyeron notoriamente su intensidad debido a esta repentina niebla siendo que todo rastro de ser vivo a su alrededor pareció desaparecer. Aoi empezó a sentir una enorme ansiedad que le recorría el cuerpo y el miedo pretendía hacer presa de él; no era una persona particularmente valiente por lo que la atmósfera en verdad le inquietaba mucho, pero se dijo que no tenía más opción que continuar si es que en verdad quería alcanzar su transporte. Así que, luego de armarse de valor, decidió continuar su camino con un paso mucho más rápido para poder salir del parque cuanto antes.

Fue entonces cuando un intenso y dulce aroma, como de flores en primavera, inundó el ambiente, lo cual era bastante raro pues a esas horas de la noche y en esas épocas del año, las flores del parque no debían desprender olor alguno, y frente a él, pero aún a la distancia, pudo vislumbrar a través de la neblina a una mujer que se dirigía hacia donde Aoi se encontraba y la cual iba vestida completamente de negro. El japonés ingenuamente dio por hecho que la dama sería alguna chica que tenía predilección por las temáticas obscuras y de ahí la explicación de su atuendo; seguramente y al igual que él, ella sólo pretendía cruzar el parque para llegar a su destino, por lo que no le dio mayor importancia al asunto hasta que la tuvo mucho más al alcance de su vista.

Al tener a la misteriosa dama a sólo unos cuantos metros de distancia, Shingo pudo percatarse de que las ropas de la mujer no eran góticas, sino más bien antiguas, pues portaba un vestido negro largo, que arrastraba en el suelo, de delicados encajes y apliques y que parecía pertenecer a la moda del siglo XIX; traía además unos guantes negros que le llegaban hasta los codos y sobre el rostro colgaba un velo de encaje en el mismo color que los ropajes, el cual caía desde un tocado tipo diadema de encajes y flores negras que portaba sobre su rubio cabello, que llevaba recogido y arreglado con un peinado bastante antiguo pues detrás del tocado se podían ver cómo varios rizos caían sobre su espalda.

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