Narra Mar:
En el instituto de menores, nunca nos obligaban a ir al colegio, así que casi siempre me quedaba haciendo boxeo en el cuarto. No tenía mucho trato con mis compañeras de cuarto, bueno, en realidad casi ninguna tenía relación con el resto, todas éramos bastante solitarias. Podía decirse que el boxeo era mi mejor amigo.
Todos los días lo mismo, despertarse, ducha de agua fría, desayuno de mierda, boxeo, comida de mierda, siesta, después otro poco de boxeo, cena de mierda e irse a dormir. Entre medias, a veces había alguna que otra discusión, pero sin más.
Todo cambió una mañana de principios de otoño. Yo aún tenía 14 años, era muy jovencita, pero ese día y todos los hechos que se sucedieron a partir de entonces, cambiaron mi vida para siempre.
Un señor vino a llevarse a uno de los más pequeños del instituto. Lo más normal, era que todas las familias que venían a adoptar, se llevaran a un nene chiquito, que no tuviera más de 8 años. Pero este hombre, a pesar de que vino con la intención de llevarse a un nene, quiso que yo, Marianella, me fuera con él.
Se llamaba Bartolomé Bedoya Agüero, estaba casado con una mujer llamada Kendra y ambos tenían un hijo, más o menos de mi edad, llamado Thiago. Él hombre me hablaba sin parar, como si entre nosotros nos conociéramos de toda la vida. Yo en cambio, solo escuchaba, la vida me había enseñado en que no debía confiar en nadie.
Desde que nací, cada parte de mi historia me había enseñado vivir tan solo para mí misma.
Me habían abandonado siendo un bebé en la puerta de una iglesia. No sabía si me había abandonado mi papá o mi mamá. Y mucho menos, no sabía quiénes eran mis padres.
El único cariño que recibí fue por parte del cura y el resto de las niñas que él tenía en acogida. Nos quería mucho. Con él no lo pasé tan mal. Al menos jugábamos, iba al jardín, tenía algún que otro regalo de vez en cuando...Todo más o menos bien.
Hasta poco después de cumplir los cinco años. Justo dos meses después, el cura falleció. Supongo que servicios sociales prohibió que más niños siguiéramos viviendo en aquella iglesia, así que nos sacaron a todas de allí y nos enviaron a diferentes orfanatos.
Y ahí fue cuando todo empezó a ir mal. Peleas, arañazos, hambre, frío, enemigos, malas caras, malos tratos... Todo mal. Me escapé de varios orfanatos, después me enviaron al instituto, me volví a escapar, la policía me encontró, y el juez fue bueno, ya que volvió a enviarme a otro instituto, dándome una última oportunidad antes de entrar en el reformatorio.
Y al final, me acostumbré a esa vida, siempre desconfiaba de todo el mundo. Y por supuesto, nunca ninguna familia había querido adoptarme. La diferencia entre los institutos y los orfanatos, era que en los orfanatos había niños más chiquitos. Yo entré en el primer orfanato teniendo cinco años, pero para aquel entonces, las familias siempre buscaban a un nene de dos o tres años, o preferiblemente a un bebé. A partir de los cuatro años, ya los padres adoptivos no se fijaban en vos. Y en el reformatorio, mucho menos iban a adoptar a una adolescente supuestamente problemática.
Por eso, había algo en Don Bartolomé que me hacía desconfiar profundamente. ¿Por qué yo? Había nenes más chiquitos, con una historia menos dura, con menos antecedentes.
Finalmente, Don Barto y yo llegamos a casa: una enorme mansión, de esas que solo veías en las películas. Un portón enorme, un edificio alto de estilo clásico y muy señorial. Era precioso.
—¿Es su casa? —le pregunté.
—Sí sweetie, esta es nuestra casa. Y ahora también es tu casa, acá vas a vivir vos, y espero que sea por mucho tiempo. Ahora Tina, nuestra ama de llaves, te mostrará el lugar.
—¿Hay más chicos?
—Sí, cinco chicos más, y con mi hijo Thiago seis. Hace poco regresó de estudiar en Londres. Es un chico muy responsable, espero que se lleven bien.
Me encogí de hombros. Viendo como era Don Barto, me imaginaba perfectamente como podía ser su hijo: un auténtico cheto que solo tenía tiempo para el deporte, la joda y salir con minas. Y sí, esa clase de personas no me gustaban nada. Recuerdo que en el instituto, de vez en cuando venían familias adineradas acompañadas de sus hijos adolescentes para adoptar allí a algún chiquito de siete u ocho años. Cuando pasaban por nuestro cuarto, esos chicos siempre nos miraban mal, éramos de una clase inferior y estaba claro que no les gustábamos para nada.
Así que sinceramente, con ese Thiago Bedoya Agüero no iba a tener mucha relación.
Al entrar en la Mansión, Barto me presentó a Tina, el ama de llaves, y a su mujer, Kendra. Kendra fue amable conmigo, pero Tina no tanto.
Nada más llegar, me agarró del brazo y comenzó a enseñarme todo, dictándome un montón de reglas: "No podés subir a la planta de arriba", "La comida se la tienen que ganar", "Tenés que trabajar así y así"...
—¿Cómo trabajar? —la pregunté.
Tina se rió:
—¿Pensás que acá vas a vivir sin hacer absolutamente nada? —me preguntó mientras se reía y después clavó los ojos en mí fijamente—. La respuesta es no. Vas a trabajar, como el resto de los chicos, y por tu bien, que ni la señora Kendra ni el señorito Thiago sepan, porque entonces, vas a cavar tu propia tumba, y te advierto de que más de uno ya lo ha hecho acá, y, ¿sabés dónde han acabado? Ahí enterrados, en la tumba que ellos mismos habían cavado.
Suspiré, las cosas acá no iban a ser nada fáciles.
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Amor, Una Historia Thiaguella
FanfictionMar es una joven huérfana que nunca ha tenido una familia. Cuando es acogida por un matrimonio millonario, comienza a tener problemas con el hijo de estos, Thiago. Pero poco a poco, su historia irá a cambiando, para dar lugar a un bonito desenlace...