Harry Potter, Clover Evans, Neville Longbottom y Theodore "Theo" Nott definitivamente no creían lo que había pasado ese día. Neville y Theodore no habían sido recogidos, por lo que salieron a la estación muggle, en donde se quedaron esperando juntos.
Curiosamente la estación estaba casi vacía, a excepción de algunas personas que se movían en busca de su anden o de las ocasionales paradas. Conforme pasaban las horas notaron que solo tres de esas personas permanecían en el mismo lugar, parecían estar esperando algo.
Dos de ellas eran mujeres de edad avanzada, que charlaban en voz baja y de vez en cuando les daban alguna mirada.
El otro era un hombre joven que recargaba su peso en una muleta. Él los miraba fijamente y los magos en entrenamiento se preguntaron si reconocía a Harry de algún lado o si deberían irse a otro lugar pues la mirada comenzaba a incomodarlos.
En algún punto el sueño y el hambre debieron vencerlos pues lo siguiente que pueden recordar fue el claro sonido de un golpe y una voz llamándolo.
—¡Vamos! ¡Despierten ya! — los apremiaba y una mano los empujaba.
Cuando los niños abrieron los ojos estaban seguros de seguir dormido.
Por que ni siquiera en el mundo mágico había una explicación para lo que estaban viendo, las adorables ancianitas habían crecido varios centímetros y le mostraban unos dientes casi tan filosos como sus garras.
—¡Levántese hay que irnos! — le dijo el muchacho al tiempo que el padre de Theodore encogía los baúles. Los chicos agarraron sus mascotas (Harry y Clover a sus lechuzas Hedwig y Athena, Neville a su sapo Trevor, y Theodore a su gato Kotele).
Las dos mujeres siguieron persiguiéndolos mientras corrían, en un par de ocasiones alguna de las criaturas lo llegaba a prender de la ropa pero el muchacho las golpeaba.
—¡¿Qué rayos son esas cosas?!— pregunto Theodore mientras Kotele se revolvía inquieta en sus brazos.
—¡Son benévolas! —contesto el otro entre jadeos —Deben haber olido mestizos, ¡no estaba seguro que fueran ustedes!
¿Mestizos? Pero que ellos sepan, solo Harry era mestizo.
Cuando una benévola pescó a Clover del cuello de la camisa y empezó a levantarla Harry maldijo mentalmente a Voldemort con palabras que harían que la señora Weasley le lavara la boca con jabón.
El muchacho y los magos intentaban ayudarla pero no podían ni siquiera llegar a la altura de sus pies. Entonces los magos notaron la tranquilidad con la que las pocas personas que había ahí caminaban, sin preocuparles la niña colgads a tres metros del piso por una vieja loca.
Más desesperada que iluminada Clover abrió la puerta de la jaula de Athena dejándola salir antes de golpear con ella a la benévola que la sujetaba.
El punto bueno fue que la soltó. Lo malo fue la caída, en donde por milagro cayó sobre un montón de maletas afortunadamente no tan duras como una baúl.
De algún modo a una de las benévolas se le había atorado la cabeza en la jaula y ahora la otra intentaba ayudarla.
El muchacho desconocido aprovecho la confusión para llegar hasta la menor y salir casi arrastrándola de la estación.
—¡Padre! ¿Que sucede?— preguntó Theodore.
Los niños, el mago y el muchacho fueron a un callejón algo alejado de Kings Cross, en donde el adulto sacó una bota que hechizo.
—¿Alguien ya viajó por traslador?— las únicas manos que estaban levantadas eran las de Neville y la de Theodore.
Los tres sangre pura agarraron la bota y ( unos segundos más tarde) lo hicieron los otros dos niños y el muchacho. Dos segundos más tarde, no había rastro de las seis personas.