CAPÍTULO 2
La cuarta noche al fin había conseguido dormir, solo unas horas, pero al menos el cansancio que sentía había disminuido. En realidad, no fue un acto voluntario, creo que mi cuerpo tomó el control por un momento. A la mañana siguiente me desperté en la silla, lentamente, y vi cómo la luz del sol se reflejaba en el cristal de la ventana, y a través del mismo, hacía brillar con destellos rojos y cobrizos el cabello de Laura. Por un momento me sentí como en aquellas mañanas en que me despertaba a su lado, como si estuviera en el paraíso solo por tenerla junto a mí, pero solo fue durante una breve ráfaga de tiempo, pronto recordé, de nuevo, todo lo ocurrido, y la realidad me golpeó con dureza.
Luego vino la enfermera, Sara, como cada mañana. Hizo algunas comprobaciones de rutina, me sonrió con cierta lástima, también como solía ser habitual, e intentó hablar conmigo, con la vana esperanza de animarme. Aunque era complicado dada la situación que estaba viviendo, solía arrancarme alguna sonrisa, a veces medio forzada, antes de irse. En aquella ocasión, sin embargo, no le fue posible. Mientras hablábamos, entraron en la habitación jugando dos niñas, no tendrían más de trece años, y no pude evitar recordar el día que conocí a Laura. Hacían mucho ruido al reír, y la enfermera tuvo que regañarlas por su comportamiento, porque yo no podía. Me recordaron tanto a ella, al día en que la conocí, a su mirada llena de vida...
**********
Llevaba casi una hora intentando arreglar el coche. Me había quedado tirado en medio de la carretera, y, por más que miraba el motor, no entendía por qué. La verdad es que nunca tuve mucha idea de mecánica, pero en cuanto oí cómo se paraba en seco, lo único que se me ocurrió fue dirigirme a abrir el capó y empezar a tocar en un lado y en otro simulando saber qué estaba haciendo. Estuve un rato pensando que ese coche ya me había dado bastantes problemas y este iba a ser el último, y finalmente lo dejé allí y comencé a andar, en un principio enfadado, sin pensar hacia dónde iría, y después hacia mi casa, donde suponía que me esperaría una buena reprimenda, pero al menos me podría dar una ducha y cambiarme. Me arremangué ligeramente la camisa, desabroché varios botones y llegué al portal de la calle Goya de Madrid, donde vivía mi única familia: mis dos hermanos, Sandra y Sergio. Sandra, con solo trece años, era capaz de sacarme de mis casillas la mayor parte del tiempo. Yo no hacía más que meterme con su pelo enmarañado con la esperanza de que eso la alejara de mi vista, pero no siempre conseguía de este modo mi objetivo. Sergio siempre fue muy diferente a nosotros. Aunque solo era dos años mayor que yo, siempre fue muy responsable, y desde que nuestro padre había muerto hacía un año, lo fue mucho más, tanto al ayudarle a luchar contra el cáncer que finalmente le consumió, como al ocuparse de nosotros una vez que él faltó. Supongo que, al ser el mayor, debió de ser el que más sufrió el abandono de nuestra madre. Yo en cambio apenas me acuerdo de aquella época, solo tenía siete años. El haber sido más consciente de lo ocurrido ha sido quizá la razón por la que nunca ha querido saber nada más de ella. Al parecer, según nos explicó nuestro padre, la vida en familia no iba con su forma de ser, y un día se cansó de actuar y decidió abandonarnos. Sandra y yo, hasta más o menos la adolescencia, aún albergábamos la esperanza de que volviera, aunque cada vez nos hacía menos ilusión. Sergio lo aceptó sin más. Siempre había sido el más fuerte de los tres, y así lo ha demostrado en todo momento. En el funeral de nuestro padre a todo el mundo le sorprendió su entereza, en comparación con los sollozos de dolor que no pudimos evitar mostrar Sandra e incluso yo, muy a mi pesar. Él permaneció a nuestro lado, y no soltó a Sandra en ningún momento, la consoló con paciencia, y solo se le escaparon algunas discretas lágrimas que probablemente para la mayoría de los asistentes pasaron desapercibidas, pero no para mí. Más tarde, de madrugada, pude oír cómo lloraba, mientras creía que dormíamos, pero no fui con él, sabía que no quería que le oyéramos, quizá quería protegernos, o creía que necesitábamos verle fuerte, así que decidí que lo mejor era actuar como si no me hubiera enterado. Al día siguiente, por la mañana, nada hacía pensar que su noche había sido dolorosa. Nos preparó el desayuno con una sonrisa, como cualquier otro día, e insistió en que volviéramos a nuestros quehaceres diarios de inmediato. Puede parecer extraño, pero creo que fue un buen consejo después de todo, y era además el último deseo de nuestro padre. Sin embargo, de camino a casa no podía parar de pensar que desde aquello todo me había ido mal, cada vez peor... Era como si hubiera caído sobre mí algún tipo de maldición. Y lo último que necesitaba era que me diera también problemas el puñetero coche.
Cuando por fin llegué al portal, intenté llamar con cuidado, pulsando el botón suavemente, lo que no impidió que dejara una enorme mancha de grasa en el portero a la que decidí no dar mayor importancia. Mi hermano contestó con sequedad y se mostró sorprendido al oír mi voz, supuse que por no estar acostumbrado a que llegara tan temprano. Solo eran las nueve. Me abrió sin alargar la conversación y subí con agilidad. Cuando me vió entrar, se quedó atónito.
―¿Pero qué coño...?
―Me voy a la ducha, salgo enseguida― Contesté con rapidez intentando evitar lo que sabía que vendría a continuación.
―Pero, ¿qué te ha pasado? Parece que te haya pasado una apisonadora por encima, chaval...― Comentó intentando aguantar la risa.
No le permití continuar hablando y me dirigí al baño. Sabía que no habría forma de cortarle si no era esta... Y a mí la situación no me divertía en absoluto. Claro, a él nunca le hubiera pasado algo como eso, él siempre controlaba la situación... A veces conseguía irritarme de verdad. Aquel día no tuve suerte en nada. En cuanto Sandra me oyó entrar, salió corriendo y me abrazó muy fuerte entre risas. Yo intenté regañarla porque la estaba manchando, pero como era habitual, no me hizo caso. No fue hasta que se separó que me miró con más detenimiento, y se le escapó una especie de grito que atrajo a su recién llegada amiga también hacia nosotros. Todavía recuerdo cómo me miró, estupefacta, mientras Sandra se dedicaba a asegurarse de que no estaba herido.
―Estoy bien, estoy bien, no te preocupes... Solo ha sido el puto coche...
―¿En serio? ¿Dónde te ha dejado tirado esta vez?
―A tres manzanas... Y ahí se ha quedado, esta vez no pienso volver por él. Se acabó. Ya me compraré otro... ―Dije sin demasiado convencimiento. No pude evitar reparar en aquella niña de coletas pelirrojas que me miraba con curiosidad. Mi hermana se dio cuenta, y se apresuró a explicar:
―Esta es Laura, la nueva vecina. Se mudaron ayer y nos conocimos en el colegio. Creo que seremos buenas amigas ―Añadió con una gran sonrisa que Laura tímidamente correspondió― Él es mi otro hermano: Daniel. Como si no fuera suficiente con uno...
―Vaya, no esperaba que fuera tan...
―Guarro, lo sé― Le interrumpió mi hermana― Normalmente está algo más aseado... Aunque no mucho más, no te vayas a pensar...
―Exacto, como véis estoy hecho unos zorros, niñas, así que mejor voy a ponerle remedio ahora mismo. Venga, Sandra, apártate de mi camino...
―Claro, hermanito...
Seguí escuchando sus risas y cuchicheos mientras me alejaba hasta que el ruido del agua las bloqueó por completo. Al menos, la ducha consiguió relajarme lo suficiente para enfrentar los requerimientos de las niñas pidiéndome con insistencia que jugara con ellas, y seguidamente la reprimenda de mi hermano, esta vez más suave que otras, por no ser más precavido y dedicarme únicamente a salir por ahí cada noche sin pensar en mi futuro. Por supuesto, le hubiera encantado que trabajase con él en el despacho o me inscribiera en la universidad como él había hecho, pero siempre tuve muy claro que nada de eso iba conmigo. Buscaba algo más en la vida. Algo que, aunque lo había intentado, aún no había conseguido encontrar.
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SOLO SUEÑO CONTIGO
Romance© Aún con los problemas derivados de su diferencia de edad y el rechazo de su familia, Laura lo es todo para Daniel. Sin embargo, un accidente de coche del que él cree ser responsable la provoca un coma profundo del que no se sabe si podrá despertar...