Cierro la puerta, deslizándola despacio sobre el antiguo y desgastado parqué, la bloque con un ruido a penas perceptible y suspiro. Hacía ya un rato que un sonido seco y repetitivo me inquietaba. He llegado a pensar que alguien estaba despierto, merodeando en la habitación de al lado, pero únicamente las cortinas de fina tela translúcida, movidas por el viento, han golpeado una de las pequeñas tazas de barro cocido del salón, hasta hacerla caer.
Pauso la música de mi móvil, silenciándolo todo a mi alrededor instantáneamente, y convirtiendo mi dormitorio en un lúgrubre rincón mudo, bástamente iluminado. Una gota oscura y viscosa del color del vino se desliza por mi dedo hasta caer sobre la pantalla, dejando una marca redondeada y brillante. Pero no la limpio, sé que volveré a ensuciarla. Con un movimiento dolorido, estiro el brazo hasta alcanzar mi pequeño libro de hojas encuadernadas con hilo de seda color beige, y releo los últimos párrafos escritos:
"En unos minutos darán las tres de la mañana. Mis ojos no soportan el cansancio de la noche, y no consigo dar una pincelada más. Sé que debería dormir, pero todas estas palabras que trato de imprimir sobre el papel, se agolpan en mi cabeza, sin dejarme conciliar el sueño. Llevo un par de semanas siguiendo la misma rutina de día en la que no hago más que evitar los estúpidos comentarios de la gente o su comportamiento cada vez que aparezco. He llegado al punto de hablar con algún profesor, o con Bruce, mi hermano mayor. Pero todos están de acuerdo en que debo aprender a ignorarlos.
Pero es difícil ignorar todo esto.
los murmuros, el eco de las risas disimuladas, los absurdos cotilleos, los continuos empujones "accidentados", la burla constante, el odio general...
Es demasiado que llevar a espaldas y soportar diariamente. Pero me temo que lo que más pesa es esta jodida soledad. Ir y volver allá a donde vaya en silencio, sin una voz amiga, sola conmigo misma, y tratar de soportar cualquier impedimento de cada a día por mi propia mano. Sin ni siquiera un hombro en el que apoyarme a llorar.
Lo peor es que esto nunca cambia.
Hoy, a tres de Febrero, se ha comenzado a extender el rumor de que fui yo quien habló con el director para contar quién gastó aquella broma al profesor de matemáticas. Por supuesto que fui a hablar con el director; pero no precisamente sobre el profesor de matemáticas. Acudí a él a solicitar un cambio de clase, que me fue denegado de inmediato. ¿Cómo explico que no fui yo?
De todos modos, no me escuchan. Nunca me escuchan... para qué intentarlo.
Anoche me negué a escribir en una de estas ennegrecidas páginas. Una de las pandillas de mi curso que reía a gritos en un parque cercano a mi casa, unos bebiendo y otros fumando, tuvieron la idea de reírse un rato detrás de mi, andando y empujándose unos a otros entre comentarios ofensivos y risas. como un vaso que rebosa o un globo que explota, llegó mi límite, y le arrojé mi lata de bebida energética -aun medio llena- a uno de ellos. El envase fue a parar entre las cejas del más imbécil de los cuatro, empapándole de su pegajoso y frío contenido, y enfadándole hasta tal punto de intentar defenderse a golpes, vociferando decenas de desprecios. Es de imaginar el trato que he recibido hoy...
He perdido ya la cuenta de cúantas veces he recurrido a esto para sentirme mejor.
03-03-14. "
Me seco las mejillas con las mangas y tórpemente anudo el lazo del cuaderno impregnándolo un poco más de la viscosidad escarlata de mi sangre, lo guardo bajo una pila de libros y aparto la mirada a alguna parte de mi reflejo del reluciente cristal, que parece agrietarse lentamente con el frío. Mis ojos siguen irritados y húmedos, y examinan con desprecio todo aquello que ven, desde la clara melena larga y despeinada torpemente recogida, pasando por la fea y achatada nariz y las desmesurada cantidad de pecas anaranjadas, y aterrizando finalmente en los pálidos y finos labios como dos pequeñas hojas cubiertas de escarcha, ahora húmedos por otra lágrima. Tiro la afilada hoja metálica en mi neceser, del que saco una venda manchada en diferentes tonos castaños y rodeo mi brazo, que aun gotea sobre el parqué de mi cuarto. Cojo uno de mis pañuelos, un tanto húmedo, y seco el suelo.
Dejo entrar aire limpio y helado abriendo la ventana, en un lento movimiento apago la luz, y trato de refugiarme en algunas horas de sueño. Pero es obvio que mi cabeza se encargará de no dejarme descansar.
Un suspiro... y vuelvo a escribir.
"día 27. Esta mañana ha amanecido oscura y sombría. Los árboles llevan horas bailando al son del viento, golpeando mis cristales, reflejando sus sombras en mi pared e impidiéndome dormir. A pesar de lo ruidosos que suelen ser la tormentas, todo lo que oigo es un eco lejano de lo que sucede. Quiero levantarme, salir a la terraza y despejarme con el viento, pero decido no hacerlo. O al menos mis fuerzas no están por la labor de intentarlo. A pesar del dolor que sentía anoche en mi antebrazo izquierdo, hoy estoy impactantemente a gusto en mi cama. Esta sensación es nueva, y decido no levantarme. Pasan las horas, y comienzo a sentir una fría y blanquecina luz tras mis párpados y, a pesar de que me cuesta oír, hay un eco poco sonoro a lo lejos de voces. gritos y chillidos asustados. Pero no logro entender ni una palabra.
La luz empieza a parpadear, como un fluorescente desgastado llegando a su fin y, definitivamente, comienzo a entender algunas de las palabras que retumban en algún lugar de mi cabeza. Hay alguien hablando de mi, de mis cuadros, de un diario y... sangre. Han mencionado la sangre. Ahora alguien llora angustiado y se lamente entre sollozos... creo que consigo identificar esa voz.
Siento el peso agobiante de la falta de oxígeno en mis pulmones, pero aun así sé que estoy muy lejos como para tratar de levantarme y respirar. Y la luz, como al finalizar una película, comienza a disiparse.
Con que así es como esto acaba.
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Una página más
Non-Fiction«Y la luz, como al final de una película, empieza a disiparse.»