No hay razón más irrazonable…
Noche uno: ¿Tienes frio? Te siento distante.
Disculpa…las palabras se cuelan, o como que brotan, por el centro del cerebro. Por la puerta trasera, escalan los ojos y una vez tienes la imagen, pues mueves la boca y se despierta la lengua.
El Mundo se va haciendo desde la lengua. La palabra, la palabra, las palabras. Aunque siembre y siembre campos de palabras, y la cosecha luzca tan abundante como el arroz, al cocinarlos queda muy poco que comer.
Noche dos: Ven… hablemos un poco.
Como muchos poemas y muchas canciones, primero se tararean para los adentros, empiezan siendo para uno mismo. Sin un fin más que morir para renacer.
Toda canción y todo poema es el Mundo de uno frente al Mundo de afuera. Y toda canción y todo poema al final solo son un puente, solo un puente, entre el afuera ajeno y la patria nuestra que hay bajo cada piel, ese humo que se esconde y sigiloso aparece al anochecer, la patria de la Memoria.
Noche tres: tarde o temprano entenderás que no me voy a ir a ningún lado.
Sé muy poco de todo, pero de lo que sé me esfuerzo por saberlo bien.
Nunca supe de quién había sido el pecho, al fin y al cabo yo nunca sería su dueño; no me importaba su tamaño, sino la música que hacía. No me importaba si lo había soñado, estaba sonrojado y feliz acostado sobre él. Podía sentarme en el risco más alto de los Andes y saber que el nido hecho en el pecho de esa persona, es el mismo que hace el cóndor en la Montaña: es un tránsito y no un destino.