Un favor para un amigo

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—Obviamente es rojo.

—No. Sabes que es el azul.

—Rojo.

—Azul.

—Rojo, dattebane.

—Azul oscuro.

—Rojo brillante.

—Azul marino.

—¡Rojo, carajo!

Kushina Uzumaki hiperventilaba por la nariz como los toros. Estaba molesta por la tonta discusión que había iniciado con su amigo más cercano, Fugaku Uchiha, acerca de cuál color era el más... amenazante. Quizá no era el tipo de discusión en el que una kunoichi —educada en el mortífero arte de la femineidad clásica, el sigilo y la delicadeza— se enfrascaría en un día normal, pero las discusiones de Kushina Uzumaki la mitad del tiempo no compaginaban con su aspecto físico ni profesión. Tampoco tenían sentido. Nadie le tenía miedo a los colores.

—Sabes bien que el color azul inspira mayor inquietud en los oponentes, por ende, también temor. El rojo solamente simboliza a los tomates —se mofó Fugaku. Kushina se ofendió inmediatamente. Evidentemente era ese el objetivo de Fugaku y ella, cómo no, le iba a dar el gusto multiplicado por cien. Se levantó de su lugar en el pasto del campo de entrenamiento número seis y le dio una patada en el estómago que lo dejó inmediatamente sofocado. Kushina nunca perdía una discusión, incluso si debía acabar usando los puños... o los pies.

—El rojo representa la sangre que vas a perder si sigues diciendo porquerías. ¿No te da miedo eso, 'ttebane? Ver tu sangre, roja —enfatizó, saliendo de tu cuerpo.

Fugaku trató de recuperar el aliento mientras ella se sumía en un soliloquio de por qué el rojo, en toda la extensión de la palabra, era un color más poderoso y amenazante que el triste y miserable azul que caracterizaba a los Uchiha. Él ya se había visto venir la violenta invasión a su espacio personal, pero no se había quitado de en medio porque, más o menos, se lo merecía. Kushina tenía pocas debilidades. Si es que se consideraba una debilidad no poder mantenerse limpia ni cinco minutos cuando vestía ropa blanca. Pero, entre ellas, ser llamada tomate era la más llamativa. Cualquiera pensaría que habría superado su pequeño apodo de sus días de Academia, pero no.

—Bueno, ¿y qué vamos a hacer hoy, 'ttebane? Ya sabes, me iré de misión de una semana y tu bolsillo me extrañará un montón. ¿Quién lo va a dejar vacío si no estoy yo? Tengo qué despedirme de él antes de que me marche.

—¿Trato especial? ¿Estafarme es un trato especial? —espetó indignadísimo Fugaku.

—Nunca me atrevería a estafar a nadie más que a ti, Fugaku —refutó ella con una voz empalagosamente dulce. Y falsa.

—Supongo que eso es un cumplido... En tu cabeza.

—Supones bien —concedió Kushina con una sonrisa felina—. ¿En Ichiraku a las siete? ¿De acuerdo? De acuerdo. Te veo allá más tarde —con un shunshin y sin esperar a que su mejor amigo accediera a sus peticiones, la pelirroja desapareció del lugar al instante.

—Muérete, Uzumaki —dijo Uchiha a la nada.

.

.

—Anda, escúpelo. Me pones de los nervios.

—¿Escupir qué? ¿El ramen?

Kushina lo señaló con los palillos, algo molesta de que su amigo estuviera dudando en contarle algo (los mejores amigos se cuentan todo, ¿no?) y definitivamente ofendida de que propusiera siquiera escupir el delicioso, fabuloso ramen.

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